Eruditos varios (casi legión) han abundado en la condición “heroica” de los toreros desde el prisma de la consideración popular y social como último bastión de una especie (la del héroe) a extinguir, engullida por el progreso vertiginoso y la globalización, tendente a relativizar cualquier hecho único por incapacidad de realizar su labor asumida por el resto de los mortales.

 

El poeta Carlos Marzal acuñó que “el torero es el último héroe épico y se sacrifica en nombre de los demás”.

 

Esta percepción, hace tiempo, pasó a peor vida. Los toreros con su actitud de ejecutivos de alto estanding unos (marcando el paso y tendencias) y de funcionarios la mayoría, no son ajenos a la pérdida de tan singular reconocimiento, el de “héroe”.

 

Ahora se conforman, altivos y ufanos, con ser “artistas”.

 

Hace casi un cuarto de siglo (Premio San Patricio, 1987) el profesor Alberto González Troyano publicaba “El torero, héroe literario”.

 

Un tratado que desmenuzaba los componentes impares éticos y morales que confluían en la figura del torero para ser considerado como un héroe, desde la perspectiva de la literatura.

 

Esta condición de “héroe literario” pudiera decirse sigue en vigor, si no fuera por la “perversión del lenguaje” que publicara Amando de Miguel, y el comportamiento sectario de poetas, escritores y demás grey de la “acorazada mediática” con publicaciones sesgadas en función de su ego al servicio del gran consumo según el reclamo de tal o cual torero en base a ese lenguaje perverso que clasifica, tan caprichosamente, como irreal e injusta, a los toreros en “figuras y figuritas; genios y mitos”; y simplemente toreros.

 

“En la salud y en la enfermedad”

 

El agravio es a veces grosería en la salud.

 

No es lo mismo la innovación en el vestido de torear con diseños propios, creativos, que si lo hace un modisto cualificado para un figura o figurita de moda, taurina o social, del momento.

 

El trato es de payaso si, tratando de rebuscar en la tauromaquia antigua, luces una montera a lo Machaquito. No ocurre lo mismo, si el genio o el mito se presenta con montera marrón o medias blancas.

 

No hace la misma gracia si el puro habano se lo fuma uno u otro.

 

No hablemos de las tauromaquias que definen sin dobleces a los gladiadores de mansos broncos con denominación de origen obligados por sus circunstancias, tratados de “troncos” y la de los excelsos artistas como sublimes el día que están en son, y se guarece el fracaso en el burladero de un toro tildado de “a contra estilo”, o simplemente que el “genio” o el “fenómeno” no están sujeto a regularidad sino todo lo contrario.

 

La discriminación más abyecta surge en “la enfermedad”, el percance, la cogida.

 

El tratamiento es distinto; y la cobertura va en función del morbo que despierta si la cornada es así o “asao”.

 

Como en la vida, la sangre de los toreros no toda es grana: las hay azules, y desde hace unos lustros, lamentablemente, rosa.

 

Si bien la hipocresía toma cara de naturaleza cuando el torero herido lo es de gravedad, con espectacularidad impactante y su difusión produce audiencia antes que servicio de información o sensibilidad para el ser humano que muta alamares por tubos y agujas.

 

En este caso, y solo en las primeras horas, hasta el cambio de tercio de la UCI a planta, se lavan muchas conciencias y toreando por las afueras fluye el elogio fácil a una impecable trayectoria anteriormente puesta en cuarentena por tan “acerada pluma” o “incorruptible pico”.

 

¡Illa,illa,illa…Padilla, maravilla!

 

El viernes, en Zaragoza, caía herido de suma gravedad Juan José Padilla.

 

La cogida fue tremenda, horrorosa: la cara partida en dos, literal, y un “ojo de halcón” viajando al abismo de la raya de fondo debatiéndose entre si entró o no; si se perdió en acto de servicio.

 

Es probable que la impura conciencia de muchos les lleve a relatar que el lamentable pasaje fue consecuencia del celo profesional de un torero en sazón, con la carrera hecha, sin nada que ganar, pero que no quiso aliviarse en un último par de banderillas, obviándolo, legitimado por el reglamento.

 

Su compromiso era con el público y no con la norma. Como siempre, o casi siempre, en su carrera, y a menudo no así interpretado o publicado.

 

Ignoro si el desasosiego provocado por la grave cornada y las dudas planteadas sobre las secuelas que dejará y como incidirán en el futuro del torero inducirá a hacer una semblanza, a guisa de repaso, de su huella dejada, por el momento, en la Tauromaquia, por encima de su forma, o fondo, tan peyorativametne descrito, por lo general, a lo largo de sus 17 temporadas como matador de toros.

 

Por ejemplo:

 

Que no es la primera cornada de extrema gravedad que recibe. En Pamplona, tres días después de resultar herido en Teruel, un Miura, le rebañó el cuello; reapareció a los diez días en Santander cortando las dos orejas a un “victorino”.

 

Es un muestra, porque su biografia está ribeteada de múltiples gestos similares que responden a un mapa corporal cosido a cornadas.

 

Como ayer, veinticuatro horas después del percance, una vez estabilizado, su obsesión era que le respetaran los contratos en América: nada, ni en un caso o en otro, ni nunca, parapetarse en el oscurantismo o la especulación calculada para que la gravedad adquiera un plus informativo a cubrir, dosificadamente, en estudiados plazos.

 

Que este torero, curtido por la dureza, puede exhibir con orgullo haber indultado un toro de Victorino en San Sebastián, por si había alguna duda de capacidad artística y paisanaje con el de Juan Pedro en Jerez.

 

En Madrid, “la cátedra” de cartón piedra y la crítica de pan y melón provocaron su veto durante cuatro años, mientras que a otros dejarse un toro vivo por indolencia supone la adhesión inquebrantable y añoranza por su voluntaria ausencia.

 

También, en todo caso, Padilla tiene tales honores de 3 avisos aunque el trato de periodistas y aficionados fue distinto: un toro de Miura en Palencia que se negó a seguir toreando, por dignidad, cuando estaba siendo blanco de gruesos insultos y otro de Cebada hace ahora 10 años.

 

El veto de Madrid fue por un desencuentro durante la lidia de un toro saldado con “besos” a la grada. Circunstancia que lo que en Padilla se consideró intolerable guasa, si lo hace otro, es “grasia” y “harte”.

 

Todo en el contexto de un torero habitual a dar la cara en Las Ventas, que cortó orejas consecutivas en los años 98,99,2000 y que, por ello, no dudó en anunciarse 3 tardes en 2001.

 

En Sevilla es santo y seña de las heroicidades consecutivas del clásico domingo de Miuras como lo es en Pamplona donde ha sido proclamado triunfador en algunas ediciones, como lo fue también en Logroño.

 

Galardones y reconocimientos en plazas que no están al alcance de cualquiera.

 

En Bilbao, que por no regalar, cotizan la presencia, encarecen las orejas y endurecen al máximo su Puerta Grande, Padilla es un fijo; querido y admirado.

 

Desde que debutara en el año 2000 ha hecho 18 paseíllos. En 2005 toreó 3 tardes y ha hecho doblete en 2006,2007 y 2011.

 

Ha cortado 10 orejas, con dos tardes de dos orejas. En una de ellas se le pidió la tercera y en la otra, las otras dos de su lote.

 

¡Ah! Y todo, pues ya conocen: con Victorino, Miura, Cebada, Palha y otros de similar catadura.

 

En fin, figuras, figuritas, genios, mitos y toreros.

 

Padilla, por su profesionalidad, dignidad y entrega, ¡TORERO! ha devuelto, generoso, a la tauromaquia su mayor activo en desuso: la condición del torero como héroe.

 

Aunque le haya costado ¡un ojo de la cara!

 

¡Mucho ánimo, torerazo! ¡Illa,illa,illa…Padilla, maravilla!