Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Juro a ustedes por el penacho de Moctezuma que lo que voy a contar es cierto. Si no me lo creen, les doy la razón. En un país como este y en un ambiente como el del toreo, que pase algo así parece una cosa imposible, pero, no, de vez en cuando sucede, gracias a que alguien se aplicó y quiso  hacer las cosas como debieron ser siempre, y como deben seguir si es que queremos rescatar esta casa de zorras a la que llamamos tauromaquia nacional.

Lugar, Huamantla, estado de Tlaxcala, plaza de toros La Taurina Fernando de los Reyes El Callao. Lo del nombre hay que comprenderlo, porque es moda dar coba a todo mundo. Por decir algo, la plaza de Puebla debido a la ocurrencia de algunos inconformes por la injusticia cometida con el torero de la tierra, se llamaba: El Relicario, Joselito Huerta. Por ello, no será extraño que en un futuro, si es que José Mari, Emilio y Sebastián Palomo se convierten en figuras a alguien se le ocurra que sus nombres se agreguen y se llame: La Taurina, Fernando de los Reyes El Callao, Hermanos Macías y “Gonzalero”, este último vocativo, es una aportación del que esto escribe para dar gusto a los animalistas, en esta actualidad desbordada en la que algunos rebasan las fronteras, sumar el nombre de ese gran toro dará gusto y dejará satisfechos a los de este segmento por la equidad de trato a humanos y cuadrúpedos. No se puede ser ni más político ni más correcto.

Fecha y momento, sábado cuatro de marzo. Siete novillos de don Antonio y don Vicente de Haro para ser matados por Sebastián Palomo, José Mari Macías, Santiago Romero, Gerardo Sánchez, Eduardo Domínguez, Julio Ricaute y Alan Corona. Novillada concurso para sacar al aprendiz de matador de toros que  verá su nombre colgado en el cartel de la feria de agosto.

La fiesta estuvo enmarcada por la verdad, así que esta vez, al transcurrir el festejo no me increpe a mí mismo. Nunca surgieron las cuestiones existenciales con las que me flagelo cada tarde de toros. Preguntas como: ¿Qué haces aquí?, ¿nunca vas a entender?, ¿pero qué necesidad tienes de venir a ver esto? no me martirizaron. Al contrario, la novillada era una secuencia de acontecimientos que ennoblecían el arte de lidiar y matar bovinos bravos.

Es que todo estaba en orden. Cosas tan interesantes como que hubo una buena entrada siendo corrida de novillos y sin estar anunciado Pablo Hermoso. Uno a uno, fueron saltando al ruedo los de De Haro, ejemplares con estampa real de novillos. Extrañeza en el que firma este artículo, porque en México es costumbre que en las novilladas se lidien becerros y en los festejos anunciados como corridas de toros, se matan erales. La novillada crecía en autenticidad y belleza, tanto que esta vez, la sospecha que me atosiga fue inversa a la que tengo siempre: ¡los novillos estaban en puntas!.

Cárdenos claros preciosos, fuertes de culata y hondos de pecho con apariencia de tener tres años y varios meses cumplidos. Ovaciones para recibirlos y lo más importante, también en el arrastre, porque las notas del encierro fueron las de bravos, nobles, claros y fijos, y siempre yendo a más. Desde el primero, el celo y la movilidad pusieron la corrida a una altura que por ya no estar acostumbrados, nos da vértigo de emoción.

Los toreros trataban de estar al nivel de los “Deharos”, a veces lo conseguían y otras no, pero la circunstancia se comprendió y fue aceptada, los jóvenes son aprendices y lo hicieron muy bien. Por lo menos, pueden presumir que siendo los cornúpetas repetidores, codiciosos y con fuerza en las arrancadas, ellos se mantuvieron en la línea de fuego intentando hacer su arte. Predominó la faena de gran clase de José Mari Macías que estuvo muy bien con capote y muleta.

Por parte de los coletas, en el inventario inolvidable quedan el poderío, las verónicas y algunos naturales de Sebastián Palomo; la faena completa de José Mari Macías –me pongo de pie ante su toreo por doblones-; el compromiso consigo mismo de Gerardo Sánchez; los buenos muletazos de Eduardo Domínguez y las agallas y conocimientos de Julio Ricaute. También, los pares de banderillas del subalterno Carlos Martel.

Esto deberíamos recibir siempre: peso y edad acorde al tipo de festejo según sea novillada o corrida de toros, y trapío siempre. Esta vez, además, los siete “Deharos” nos regalaron acometidas de gran bravura, remates en los burladeros, “avioncitos” en las embestidas, o sea, casta y nobleza, porque si lo miran bien, la nobleza verdadera -no la bobería- es la más importante manifestación de la bravura. No se podía pedir más. Ya lo ven, aunque cuesta trabajo creerlo, la noche de toros fue un verdadero encanto.