Desde el Norte, con la representación de la noble Flor de Lis, empuja cual Tramontana poderoso el valor, el arte y la decisión de un torero entregado a la consecución de su objetivo: ser la máxima figura del Toreo. Sus ráfagas han abatido muchos de los obstáculos que le oponen otros vientos menos nobles, a veces más poderosos. Pero Fandiño, seguro de su fuerza, presenta batalla a todos con su verdad, su fe y su entrega, proporcionando al aficionado esos “instantes de emoción” que, según Joyce, se equiparan con la inspiración del Arte.

El fuerte Levante intenta abatir la relevancia del Tramontana evitando que compita con su estatus de viento principal Mediterráneo, abusando de su terreno conquistado merced a su muy cuidado caminar por el sendero llano, labrado con permisividad e indolencia. Ahí no brillan los “instantes de emoción”, sino la banalidad del arte menor recreado por un sinfín de adoratrices que encumbraron varias virtudes menores sin reparar en la más importante del Toreo: el riesgo; el que regala la emoción imprescindible para que sea declarado Arte mayúsculo. De Chivas y de Alicante se ofrecen las ráfagas tenues que, sin embargo, con la ayuda del “taurineo casposo”, colocan en lo más alto del escalafón de la Rosa de los Vientos a aquellos que claudican ante el “establisment”…, y ante los toritos valientes, y serviles…

El viento de Poniente alterna con el de Levante en batallas simuladas que no ofrecen al espectador emoción por la falta de competitividad y entrega. De la Puebla del Prior proviene ese viento contumaz, prolongado y pesadísimo, disfrazado de empuje; que brilla cuando ya la montaña, el toro, rebaja su majestuosa fortaleza. De Badajoz, un torero capaz y variado, se ha empeñado en regalar su fuerza ventosa para unirla a las que sus mentores le ordenan. Poniente, Levante, libran una ficticia lucha dirigiendo sus embates a evitar la esperada competencia que emociona.

De otra Puebla, del Guadalquivir, emerge el Mediodía basando su empuje en el arte que mueve un capote volador, el de la cerviz forzada con el mentón al pecho, el que compone una figura desmallada, de movimientos lentos, quizás ajeno a lo que se espera de él: belleza, sí, pero también mando, cercanía, riesgo… Y sopla cuando quiere, donde quiere y como quiere, sin pensar en lo que de él se espera por sus muchos talentos. A su aire, viento del sur; como el de Estepona-Galapagar, dios menor con ínfulas de merecer ser adorado…

Y el del centro, sin saber a quién se debe, el remolino que podría hacer valer su poder, se entrega al juego de tronos del Toreo: toritos bonitos; competencia nula, a pesar de considerar sus alianzas con los aires de Levante el sumum de su entrega, de la supuesta competencia… Intenta, a veces, salirse del obligado camino «oficial», pero no culmina su independencia dada su maleabilidad y acomodo. El viento del centro podría regular las fuerzas de los otros, mas no parece interesarle…

Mientras, Fandiño, a lo suyo, va ganando batallas, incluso guerras. Los otros vientos se ponen de acuerdo para evitar su empuje: “Aquí no sopla éste; si lo traes, nos vamos”. Lucha pues el del Norte contra los demás vientos que azotan la piel de toro; su tenacidad y facultades le han proporcionado la credibilidad de la Afición. Su entrega y sus fundamentos taurinos le han hecho forjarse en uno de esos toreros de hierro que vinieron del Norte. No se arredra ante las jugarretas de sus “compañeros”, ni ante los toros con casta. Su mentor, franco tirador admirable y conocedor del toreo verdadero, encomienda a su pupilo un rol arriesgado, el único que puede hacerlo desembocar en la conquista del trono; sabe Nestor de la capacidad de Iván, de sus ansias y de su constancia. Ése es el camino para que la fuerza de su Tramontana barra definitivamente a los otros vientos febles, oportunistas, indolentes, desesperantes…