Artículo de José Mª Moreno Bermejo. Escalera del Éxito 123

Vi y oí un video en el que una joven “vegana” adjuraba de su militancia activa en la defensa de los animales durante 15 años, debido a que le había mordido un perrito al que quería acariciar, y no daba yo crédito a la insensatez del corolario que dedujo la interfecta sobre el asunto. Hablaba, contrita, de que: “he defendido los derechos de los animales…”; “…incluso he contribuido económicamente al PACMA…”. Y terminaba con los deseos de darle una patada al perro en el culo, por desagradecido.

No sé si el grabado del vídeo es impostado; ni me importa. Las conclusiones que pueden sacarse de situaciones parecidas, formarían un cúmulo de bobadas que, pretendiendo ser positivas para la defensa de los animales conseguirían, sin duda, todo lo contrario. Sobre todas ellas destaca la conclusión primera la de tachar de “desagradecido” al perrito, que no conocía, que le largó una dentellada. ¡Qué ingrato el can! ¡Qué desalmado! (puestos a decir bobadas…).  ¿Cómo se atrevió a ser tan cruel con su valedora?

Fuera de coña; estos episodios dan pie a elucidar sobre el comportamiento ético que debe observar el hombre, como racional, con los animales de la Naturaleza. Realmente el hombre tiene la potestad, y la obligatoriedad, de ordenar el mejor hábitat para la fauna, la flora y la tierra que les acoge a todos. Las dos bases que, a mi parecer, deben regir el comportamiento humano son: el respeto a sus semejantes y la conservación de la Naturaleza, su hogar. Y en la consecución de ambos objetivos ha de mostrar su primacía, su mesura y su mayor sentido ético.

La fauna y la flora, compuestas por seres vivos, han de ser protegidas porque no tienen capacidad propia de ordenamiento, de continencia, de desarrollo, ni de transcendencia. Y el conocimiento que el hombre ha ido adquiriendo sobre la evolución de la Naturaleza, le obliga a utilizar con cautela, objetividad y mesura los cambios que puedan alterar ese hábitat único que es propiedad de todos: racionales e irracionales seres vivos. Al final, como todo en la vida, será el “equilibrio”, la medida de la corrección y el respeto.

La complejidad de las medidas a observar para que el tránsito por la vida de cada uno de nosotros discurra sobre caminos éticos, nos debe hacer pensar que todas las opiniones vertidas con la razón han de ser respetadas; al menos deben ser estudiadas para poder acercarnos todos al criterio de los demás. Si un filósofo como Miguel de Unamuno dedicó gran cantidad de horas de estudios y discusiones para determinar si la Fiesta de toros era o no ética, no puede aceptarse que un joven comunista de Úbeda, perore sin conocimiento, dicción y argumento válido alguno sobre la necesidad de abolir las corridas de toros en su maravillosa ciudad. Todo debe ser razonado, y para el dictamen final siempre estará presente el “equilibrio”, que no ha de romperse con ninguna clase de violencia expositiva.

La “Legitimidad” de los mensajes y de los hechos, es la llave primera para pasar al espacio del juicio sereno. Decía Max Weber que la “Legitimidad se otorga por la tradición, por la racionalidad o por el carisma”. Es procedente que antes de enjuiciar la Fiesta de toros coincidamos en que su “Tradición” nadie puede negársela; la “Racionalidad” ha ido ganándosela la Fiesta merced a los cambios que fue superando hasta hacerla menos cruenta, más adecuada a las sensibilidades que la evolución humana reclamaba: corrida reglada, caballos protegidos, sanidad desarrollada… Lo mismo ha sucedido en el resto de los festejos populares que conforman lo que llamamos “Tauromaquia”; han sido reglados debidamente para que los animales sean tratados con la ética necesaria, sin perder la esencia de su ritual. Y por último el “Carisma” de la Fiesta, que fue definido con acierto por Eugenio D´ors, a propósito de la discusión sobre “Fiesta nacional, sí, o Fiesta nacional, no”, en un artículo que publicó en el suplemento semanal del periódico Arriba el 6/VI/1943, página 20, que tituló: “Estética y Tauromaquia”. En él decía D. Eugenio sobre la Fiesta de toros: “Lo de ser nacional, quiere decir, hija de la íntima fuente popular y espontánea de un grupo humano que encuentra ahí la expresión inconfundible de su “carácter”; cual si la asistencia de aquella y su estilo fuesen dictados por la misma naturaleza, no la Naturaleza en general, esta vez, sino la diferencial, la que da al grupo en cuestión una histórica solidaridad de casta”. Carisma.

Y en estas estamos ahora, en si seguimos los aficionado y taurinos prestando nuestro apoyo a una fiesta racional, tradicional y carismática, o lo hacemos a la fiesta del toro dócil, del castigo excesivo, de las faenas laaargaaas a toro vencido; de la, para mí, injustificable muerte de un toro descastado sin capacidad de defensa mínima. Cualquiera que vea toros en varias plazas, incluso en las de 1ª, puede constatar cómo el respeto que es imprescindible para aceptar la muerte de un ser vivo, como es el toro de lidia, no se observa en múltiples ocasiones. Baste recordar lo que denunciamos este verano sobre los “vellosinos” lidiados por una primera figura (y por los que lo acompañaban, claro), en la plazas de Tomelloso y Guijuelo. Ahí fallaba la imprescindible “ÉTICA” que debe reinar en un acto ritual que sólo se justifica con la pureza de la liturgia y el riesgo inherente al sacrificio y la tradición que lo protege.

Vayamos a una plaza a ver a una primera figura que lleva toros elegidos por él o por los suyos “para hacer su toreo”; observemos que el torito sale sin apenas pitones porque le han sido vil y anti reglamentariamente amputados. Sigamos viendo cómo el piquero le quita el “orgullo” al torito a base de puyazos alevosos e inadecuados; asistamos a la rendición del pobre cornúpeto claudicando de manos, o de todo, al primer pase; y enjuiciemos los pases del torero enfermero que trata de mantenerlo en pie. ¿Tiene esto carisma alguno? ¿Es razonable? ¿Expresa algo de nuestra tradición de lucha; de solidaridad de casta? Eso es, sencillamente: INACEPTABLE. No puede seguir desnaturalizándose un rito de la forma en que se  está castigando al toreo eterno. No es digno ni legítimo dar muerte a un ser vivo domesticado, mermado en sus defensas y castigado con demasiada saña.

Mientras no seamos capaces de erradicar de las plazas de toros los abusos con los que las huestes del “taurineo” están mermando la ética y la épica de la corrida, no tendremos autoridad alguna para denostar a los anti taurinos, por muy lerdos que sean algunos, como el citado secretario general de las juventudes comunistas de Úbeda (¡toma título!). Debemos estar libres de pecado para tirar la primera piedra. ¿Lo estamos? No, claro que no. Somos culpables de nuestra dejadez, de nuestra cobardía al no enfrentarnos con suficiente radicalidad a aquellos que son culposos de tamaño estrago. La Fiesta está en peligro; los aficionados: debemos salvarla luchando porque conserve sus signos legítimos e identitarios; aquellos que son imprescindibles para justificarla. Recordemos que al “Toro de la Vega” nos lo cargamos porque no supimos obligar a los mozos a cumplir con la reglamentación vigente; y pensemos que nadie podrá seguir defendiendo durante mucho tiempo la corrida ventajista y estilista que hoy se celebra con demasiada frecuencia. Recordemos que Ortega y Gasset anunciaba la muerte de la corrida porque, según él, llevaba 25 años enfangada en el estilismo (ya casi un siglo).

La “Fundación del toro de lidia” debería habilitar un canal de denuncia inmediata por el que se canalizaran, ipso facto, las lidias de toros despuntados; puyazos asesinos; y cualquier otro abuso de los muchos que se producen en las plazas. También para exigir que se cumpla el reglamento en cuanto a la obligatoriedad de la confección del documento que los veterinarios han de entregar al presidente al final del festejo confirmando la integridad, o no, de los toros lidiados. Deben “mojarse” y determinar si estaban todos los bureles en plenas facultades físicas y psíquicas, por si una denuncia posterior pudiera ponerles en aprietos por falsedad en documento público. (BOE nº 54 de  2/III/1996. Art. Nº 58/7).

Comenzábamos con la obligación que tiene el ser racional, el Hombre, de velar por la Naturaleza. Y terminamos constatando que no parece que lo haga en puridad el que permite este juego ventajista e inane de las corridas con toros sin casta; por muy bravas que cuenten que son, porque hay a quienes se les ha metido en sus cabezas que el toro que embiste con nobleza es bravo, y que si transita despacito y servil lo es más. Yo admiro la cara dura de muchos toreros y ganaderos que elevan la nobleza a la cúspide de la bravura, aunque el burel se haya escupido del caballo, haya que llamarlo con insistencia para que acuda a la muleta, esté medio cayendo ayuno de casta… Pero, ¡amigo!, si mete la cabeza despacito y obediente: es bravo. ¡Amos ya! El toro bravo que es digno de morir en plaza, debe ser encastado, agresivo, vender cara su lidia, que debe ser realizada por un experto y dominador torero; medido en varas para que en la muleta exija dominio… Bueno, ¡para que seguir!, todos sabemos lo que es necesario para justificar la muerte de un ser tan bello, y nuestro, como lo es el toro encastado,  bravo o manso. Si el toro no tiene nada que dominar, decía Cossío, no es en verdad una lidia lo que se le realiza.

Quizás en este 2019 sepamos los aficionados enderezar esta corrida “light” que nos han impuesto. Ojala que consigamos erradicar las imposiciones de los monopolios fácticos que dominan el toreo actual, ordenando quién sí  y quién no torea, cuáles toros se han de lidiar, quienes no pueden torear porque no les place a ellos… La “Fundación del toro de lidia” aparece en el horizonte cercano ofreciéndonos esperanza. A ver si de una vez en la historia del Toreo los aficionados somos escuchados debidamente. Esperanza, repito…

Feliz 2019 taurino.