Informa desde Venezuela. Rubén Darío Villafraz. Periodista Taurino

A propósito de este domingo estarse abriendo las puertas de una de las plazas de toros más trascendentales de la campaña americana como es el Embudo de la capital azteca, que del mismo modo tendremos la ocasión de observar por la pantalla del Canal de las Estrellas (en punto de las 6:00 pm hora venezolana), con la presencia de las dos figuras emblemáticas del toreo de ambos lados, por un lado “El Juli” y por otro lado Joselito Adame, con toros de los Herederos de Teófilo Gómez, se nos viene a la mente la gran nostalgia lo que no hace muy poco tiempo apreciábamos en la arena de nuestro ruedo monumental emeritense.

Sí señores, acotamos que la situación político-social del país no nos permite observar nombres rutilantes de la tauromaquia actual como estos por las razones ya conocidas, ni tampoco insinuamos que se obligue obrar contracorriente, a espaldas de una realidad evidente. Pero una cosa sí es claro para quien se mete la mano al bolsillo y apuesta un dinero a una pasión de gran compromiso económico como es los toros, el que se le “tome el pelo” o se abuse de su nobleza de cara a una cita de peregrina y religiosa como ha sido para muchos aficionados nuestra Feria del Sol.

Viene a colación esto a razón del exabrupto que implica los precios presentados para el abono emeritense, como de la misma manera el continuo maltrato que aqueja al abonado este hecho. Tomamos referencia la circunstancias donde revisamos la lista de toreros anunciados para la 50ª edición ferial emeritense, y ésta deja mucho que decir y desear, para lo que representa la que es hoy por hoy la única feria taurina venezolana con peso y cartel para por lo menos motivar a toreros de cierto renombre mundial hacerse presente. Acotamos, no es fácil, pero tampoco imposible, y más sí para ello tenemos todo a favor: afición, medios de comunicación, avidez de éxito y sobre todo, el deseo de que con una pequeña dosis de seriedad y respeto –tanto de autoridades como de mismos empresarios- se cuide un patrimonio que pertenece no solo al aficionado merideño, sino de todos los taurinos del país. Vemos espejos como Maracaibo, Valencia, San Cristóbal y se nos “enchina la piel” dirían por allí.

Sirva esto de reflexión y a modo de consejo. En el marco del cincuentenario de la que fue una de las ferias taurinas más importantes de América, y lejos de protagonismo baladí en la que un grupúsculo –bien cuestionado por cierto- se autodeclara defensores del taurinismo emeritense, qué mejor defensa que para tal efecto el gran “Carnaval Taurino de América” 2018 se nutra de toreros y ganaderías de impacto para el taurino, el aficionado y el público en general. Eso sería el primer peldaño al éxito. Lo otro seria la suerte que se reparta delante de los pitones.

Un descalabro como el ocurrido en la edición de este año donde literalmente se anunció en diciembre unos toreros, y al momento de cada tarde de toros nos conseguíamos con otros en el Patio de Cuadrillas, no se puede amparar. Por mucho que se obre a favor de las circunstancias que nos aquejan como nación taurina, y por encima del generoso criterio parcializado de muchos que dicen defender el lio del toro en esta ciudad. Eso sería un gran error, que nos colocaría en el borde de caer en los ejemplos cercanos. Y una vez caído el árbol, muy difícil levantarlo.