Por Antonio Luis Aguilera

Tertulia con José María Montilla, Rafael Sánchez Saco
y Pepín Fernández en el Bar «El Capricho».

A los aficionados les encanta hablar de toros con quienes les pueden enseñar a comprender mejor los conceptos del toreo. Y estos no son otros que los propios toreros, porque son los profesionales quienes, por lo general, pueden corregir ideas equivocadas y explicar los errores que encorsetan teorías confusas. También, quienes al recordar su historia profesional les pueden conmover o incluso hacer reír, cuando evocan los sacrificios y penas que hubieron de tributar para ser «gente» en el toreo. Por propia experiencia, damos fe de que los toreros son personas generosas, capaces de entregarse en sus recuerdos y emocionar a quienes les escuchan, cuando rememoran el camino que hubieron de desbrozar confiando en sus posibilidades, de la misma forma que lo hacen en el ruedo cuando templan la embestida de un toro bravo.

El toreo hablado enriquece cuando el protagonista comparte la  experiencia de su vida como torero, ganadero, aficionado, profesor de Universidad, periodista o mozo de espadas. Porque la transmisión oral en este arte no solo fue determinante para los toreros de épocas pretéritas, cuando no había imágenes para aprender y las fotografías escaseaban, entonces la palabra resultó fundamental para forjar las primeras nociones y conceptos del oficio, sino que lo seguirá siendo siempre para enriquecer la formación de aficionados, que a través de conocimientos expertos pueden perfeccionar su inclinación en un complicado razonamiento, como es entender un arte vivo, que sucede en el preciso instante que se desarrolla la suerte, sin dejar más huella que la efímera escena que haya visto y debe interpretar el espectador.

Tertulia con Federico Arnás en la Taberna «San Cristóbal»

Para entender el toreo, como cualquier otra materia en la vida, es imprescindible saber escuchar. Como enseñaba Alberto Cortéz en su canción «Qué suerte he tenido de nacer», y añadía los sabios versos «para callar cuando habla el que más sabe, aprender a escuchar, esa es la clave, si se tienen intenciones de saber». Esta es la razón por la que una tertulia de aficionados donde habla más de uno a la vez es un rotundo fracaso, porque en ella falla algo fundamental: el respeto a la intervención que no se está escuchando. Habitualmente los impacientes suelen quebrantarlo para preguntar algo que no viene a cuento, al no guardar relación con lo que se está hablando. Son cortes en la conversación para satisfacer la propia curiosidad, o como se dice aquí en Córdoba: para soltar «un pego». Una tertulia tiene éxito cuando la persona que protagoniza la conversación es escuchada con respeto y admiración por lo que ha sido o representa en el toreo, y con gratitud por haber aceptado la invitación de un grupo de aficionados para reunirse con ellos.

Tertulia con Victorino Martín en misma sala de la taberna
«Paco Acedo», donde «Manolete» se reunía con sus amigos.

Durante más de treinta años hemos tenido el privilegio de organizar, dirigir y moderar las conversaciones de la tertulia «Tercio de Quites» de Córdoba, grupo de aficionados que llegó a contar hasta con veinticuatro miembros, para reunirse todos los lunes, coincidiendo con el calendario del curso académico y hablar de toros. Cuando el cielo muestra la belleza del firmamento, en torno a una larga mesa rectangular, y bien atendidos por los profesionales del restaurante, que sigilosamente servían la mesa para que no faltaran los vinos y el tapeo, a las nueve de la noche se iniciaba semanalmente la sesión con el invitado que había aceptado nuestra invitación, y lo hacía con una entrevista a modo de programa de radio, pues ese fue el origen de esta tertulia y el nombre que llevó, donde el moderador, procurando contener las preguntas de los impacientes, lo que no siempre sucedía, repasaba el historial del entrevistado hasta que transcurrida una hora de charla, los miembros del grupo accedían al turno de preguntas. Durante las tres largas décadas que nutrieron de maravillosos argumentos a los privilegiados miembros de esta tertulia cordobesa, pudimos escuchar y aprender de las vivencias de un excelente elenco de profesionales, cuya sensacional nómina se puede comprobar en el enlace que insertamos al final de este texto, quienes en primera persona nos hablaron de sus vidas, inquietudes, triunfos, fracasos y, por supuesto, a veces nos encogieron el alma, y otras nos hicieron reír con anécdotas divertidas.

Estamos seguros que pocas peñas o tertulias de todo el orbe taurino podrán lucir tan extraordinaria orla de un fabuloso elenco de invitados, de la noble gente del toro, que generosamente quiso estar y compartir sus experiencias con un grupo de aficionados. Una orla magistral de profesionales que dio forma a la historia de esta tertulia obsequiándole una docencia individualizada, porque «Tercio de Quites», como puede deducirse al comprobar los protagonistas que por allí acudieron para hablar de toros, ha sido una verdadera Universidad privada del toreo, una tertulia privilegiada por los auténticos maestros que a ella acudieron para analizar múltiples aspectos y temas de la Tauromaquia.

Tras una tertulia con José María Martorell,
José María Montilla Montilla y Rafael Sánchez Saco.

Conversaciones magistrales como las de José María Martorell, que no solo hablaba de su época y los fabulosos matadores con los que compartió cartel, sino que recordaba con singular admiración la huella de los espadas mexicanos. Daba gusto escuchar al maestro cuando con absoluta sencillez explicaba el toreo y la pureza en la realización de las suertes, o cuando desmontaba con una frase las patrañas con que fue censurado el toreo de perfil de «Manolete»: —«Adelantar la pierna contraria no es cargar la suerte, eso es quebrar el viaje del toro para aliviarse el torero y echarlo pa afuera»—

Preparando el lecho de paja donde tumbarse observaron que las vigas estaban repletas de productos de matanza, pero la altura era tan considerable que entendieron de inmediato por qué los guardas los metieron allí. No había nada qué hacer: estaban muertos de hambre y el techo lleno de chacinas. Entonces sucedió el milagro: entre las pacas de paja vieron a un gato. Era la solución, la herramienta que necesitaban para saciar el hambre. Pero había que cogerlo. Tras sortear no pocas dificultades y enormes arañazos lograron echarle encima los capotes. Ahora tocaba templar sus mordiscos y arañazos para lograr propulsarlo violentamente hasta las vigas, donde el felino, atemorizado y descompuesto, tratara de agarrarse fuertemente a las morcillas y los chorizos, que de esta forma, con tan violentos zarpazos, irían descolgándose tantas veces como el gato volara hasta el techo, para convertirse en el anhelado y bendito maná que saciaría el hambre de los aspirantes a toreros. Al final comieron, pero añadía Antonio Ruiz que los capotes también sirvieron para limpiarse la sangre de los arañazos que repartió un animal descompuesto y desesperado, cuando como un loco trataba de zafarse de las rudas manos que lo aprisionaban para enviarlo en vuelos humanitarios. También, que antes de llegar el día, evitando que los guardas comprobaran el estropicio de la despensa, se habían marchado lejos para buscarse la vida.

Tertulia con Paloma y Gonzalo Bienvenida, Manuel Cano «El Pireo»
Juan Ortega y Jorge Fuentes.

El toreo contado también se nutre de estas anécdotas, que hoy resultan divertidas pero ayer fueron dramas, de quienes fueron soñadores de gloria. El toreo explicado por sus protagonistas, por los que fueron maestros y por los que quedaron en el intento; por subalternos, por ganaderos, por cirujanos especializados en realizar quites a vida y muerte en las enfermerías; por profesores de la Universidad. El toreo hablado y escuchado: la simpar experiencia de empaparse como una esponja de las historias de los protagonistas de un mundo lleno de valores, singular, único, extraordinario, que no solo es mágico cuando relampaguea el toreo en el ruedo, sino ante la escucha y el  tintineo de un catavinos, cuando su maravillosa gente, sintiéndose respetada, escuchada y admirada, abre de par en par el alma para compartir sus recuerdos.

O anécdotas que provocaron las carcajadas del grupo como la que nos contó el matador de toros de Palma del Río Antonio Ruiz «El Barquillero», cuando recordó la terrible experiencia que sufrió de hambre y frío, resuelta por el ingenio que se agudiza cuando se trata de llevar algo al estómago. Decía que buscándose la vida por Salamanca, para hacer tapia por los tentaderos con otros chavales, los sorprendió una cruda noche de frío y hambre en plena dehesa, sin más refugio que las encinas y sus capotes para usarlos como mantas. Se acercaron a una finca donde los encargados, movidos por la pena, les dejaron dormir en un pajar para que durante la noche estuvieran refugiados de la intemperie. Les ofrecieron «habitación» pero sin cena incluida.