‘El toreo es grandeza’, había escrito alguien en una pared de Granada muchos años atrás. Pero muchos, muchos. Tantos que yo casi no sabía ni quién era ese tal Espartaco que por entonces decían que mandaba en los ruedos. Si hubiera leído yo aquella frase sólo unos años después, tres o cuatro años después, hubiera pensado que el iluminado que la pusiera acabaría de ver triunfar a Julio Aparicio con los Ana Romero, o a Ortega Cano en aquella misma corrida -o quizás fueran dos días diferentes, ya no recuerdo-, o a ese grande del siglo XX que fue José Miguel Arroyo, siempre maestro. Recuerdo aquella andanada de sol donde tenía yo el abono. La gente de la delantera, el señor de Úbeda con la calva picada de viruela, mi amigo el estudiante de magisterio que compartía abono conmigo, la pareja joven y callada siempre hasta que él salía de sus casillas al ver las cosas que ya entonces empezaban a pasar en los ruedos. Los años habían pasado pero la pintada seguía en aquella pared, misteriosa, quizás fruto de otros triunfos, de otros días de aquellos de corpus en los que la gente salía de la plaza toreando de salón con la almohadilla, la tarde cayendo, el cielo vistiéndose de noche y las luces del ferial adornándolo.

No recuerdo cuántos años tuve aquel abono. Sí recuerdo que año tras año me pasaba por las taquillas de la plaza del Carmen a recogerlo. Luego los empezaron a expender en la propia plaza de toros.  La empresa era la de Miranda. El personal de la plaza gente seria y taciturna que nunca hacían un chiste, nunca te daban las gracias por coger tu abono que tanto trabajo te costaba siendo estudiante como era, no tenían un solo detalle. Las empresas taurinas han pensado durante mucho tiempo que el aficionado les debía algo. Ahora, tantos años después, los pobrecitos ya no saben dónde diablos buscar un aficionado que se quiera arrimar a sus tendidos. Plantean carteles con unos tíos descarados y faltos de toda lógica que todavía no se han dado cuenta de que la gente ya casi no va a los toros. Quizás sí que se han dado cuenta pero delante de las empresas hacen como que no, como que todavía representan a hombres que tienen don de gentes y poder de convocatoria. ‘El toreo es grandeza’, decía la pintada ¿Seguirá en el mismo sitio? ¿Quizás en una de las rotondas de entrada a la autovía? En aquellos años, yo mismo la hubiera escrito volviendo a casa borracho tras una noche de feria. Pero no. Había entonces más gente que pensaba que el toreo era grandeza. Si fuera hoy a Granada con un espray de pintura, o a mi propia plaza en San Sebastián, ya no escribiría eso. Hoy hubiera puesto ‘El toreo fue grandeza’.  Pero aquella pintada estaba ya antes de que yo me aficionara.

El toreo fue grandeza ayer. Hoy el toreo es cosa pequeña, cosas de poca monta, cosa de toros chicos, de toreros cortos, de públicos minoritarios, de empresas con pocas entendederas, de ambiciones mínimas, de intelectualidad escasa, de filosofía de vida manida, de poco espacio en la prensa. Un mundo estrecho en el que cada uno vive su propia mentira y donde se gasta un dinero amplio, eso sí, en que esa mentira sea convertida en verdad. Pero Goebels ya murió, fue contando mentiras que nunca fueron verdad por mucho que se empeñara en convertirlas y de su añorada Alemania no quedó sino el poso amargo de la sal en el café del tiempo. Al toreo de hoy le ha pasado algo parecido, ha contando tantas mentiras que ya ni siquiera en Nimes se llena el aforo para ver al figura matar la de Miura, o los que vayan saliendo en sustitución, más al uso, más acordes.

Quizás ayer el toreo volviera a ser grandeza. Fue en Granada. Quizás ayer la gente volviera a salir toreando de almohadilla de la plaza, hieráticos, como hubiera dicho mi amigo Huberto Apaolaza, imitando a aquel que guarda la tumba de Manolete. El toreo fue grandeza ayer en Granada solamente por una cosa: porque la prensa entera ha hablado hoy de ello, y eso que ayer nos echamos nuevo rey a la espalda.

Los hay que no se cansan de hablar de la grandeza de la fiesta, de la posición que ocupa en sus vidas, por encima del bien y del mal de su esfuerzo por posicionarla en donde siempre ha debido estar: la fiesta lo es todo y ellos son la fiesta y sin embargo… Nadie nunca le ha hecho más daño a la fiesta que esos que dicen luchar por ella. La fiesta es para ellos lo que la religión y la patria ha sido para otros, por ejemplo Goebels: excusas para dar rienda suelta a su beneficio. Quizás ayer alguien escribiera en una pared de Granada que el toreo es grandeza, que el toreo, volvió a ser grandeza.