El pasodoble taurino como motivo musical, tiene una identidad muy definida en la estructura compositiva que forma la música. Su singularidad, gracias a maestros como Santiago Lope (1871-1906), consagraron el género a límites de calidad insospechados, alcanzando un estatus que nada tiene que envidiar a cualquier otro estilo existente. ¿Y como puedo decir semejante barbaridad?, podrán preguntarse algunos, pues déjenme que se lo explique.

En un pasodoble taurino, nos podemos encontrar marcialidad, majestuosidad, armonías y contrapuntos ricos y alegres, que juguetean por el pentagrama con una sonoridad asombrosa, pero lo que eleva al más puro grado de grandeza este género, es sin duda las melodías que componen la obra en sí. Escuchar como los instrumentos de la banda, turnan sus esfuerzos para reproducir las ricas tonalidades de las melodías, es de una calidad sublime, que sólo se diferencia de las grandes obras clásicas, por su corta duración.

Ahh, y también puedo añadir sin temor a equivocarme, que algunos de estos pasodobles dedicados a grandes figuras del toreo, son un claro ejemplo de música descriptiva, ya que el juego de sus notas es un fiel reflejo del perfil artístico del homenajeado. Y si no, escuchen Manolete de Orozco y Ramos, Domingo Ortega de Ledesma y Oropesa, Joselito Bienvenida de Pascual Marquina o Puerta Grande de Elvira Checa, por citar algunos ejemplos muy definidos.

Vaya pues mi más sincero respeto, por un género musical que me apasiona.