El alguacil, quien en algunas plazas mexicanas se viste con el tradicional traje del charro, hace lo que es el simbólico despeje del ruedo.

 

El alguacil, al paso lento de su cabalgadura, después de entregar las llaves para que se abra la puerta de los sustos, llega a la puerta de cuadrillas, que se abre y surgen los primeros matadores, envueltos en lujosos capotes de paseo los cuales les cubren la mitad del lado izquierdo dejando libre el brazo derecho.

 

Con aplausos de la multitud y el clásico grito de ole que se escucha en la Plaza México, abren la marcha torera el alguacil avanzando el cotejo torero.

 

En cabeza van los matadores seguidos de los banderilleros que se forman en tres filas. Después los picadores y detrás de ellos los monosabios y por último las mulillas.

 

Lo vistoso y elegante de esta procesión torera anima el ambiente y  enamora la vista del espectador.

 

El paseíllo se puede decir, es una obra de arte. Los toreros tratan de caminar con garbo, como queriendo alejar un poco la preocupación  del enigma que representa el toro.

 

En la barrera se recogen los capotes de paseo.

 

El paseíllo se desgrega.

 

Pronto sonará el clarín para que salga el toro y de comienzo al drama taurómaco.