Más despropósito aún el que la corrida, ya de por sí a estas alturas en la que la luz disminuye, se celebrara a las siete de la tarde y comenzara con cuarto de hora de retraso, por no estar en su lugar correspondiente ni la presidenta ni los músicos. Una vergüenza para el aficionado que aguardaba en sus asientos y una falta de respeto a los propios toreros.

Para más INRI cuando se mató al primer toro, en lugar de salir el tiro de arrastre con las mulillas, apareció en el ruedo de la plaza de toros una excavadora. Más surrealista no podía ser la tarde. Tan sólo hubiera faltado que “Omaita” hubiera salido al ruedo a alegrar a los presentes.

Toros asardinados a los que se les cortaron cuatro orejas, que no representan nada del espectáculo allí vivido. Poco de destacar de una tarde de toros que duró más de tres horas, en la que el público tuvo más paciencia que el santo Job, ya que en el cuarto tuvieron que esperar otros 15 minutos hasta que salió al ruedo el novillo, debido a que había quedado atrapado en los chiqueros y no salía.

En un principio la prensa nos quejábamos de que no hubieran contado con algún torero local para la sustitución de Alejandro Amaya. Cuando presenciamos la corrida nos alegrábamos que así fuera, porque en lugar de darle sitio a nuestros toreros, se lo hubieran quitado estos animales faltos de raza.

 

 

Reseña del festejo:

 

Ganadería, se lidiaron Cuatro toros de Hernández Plá, dos novillos del mismo hierro, un ejemplar de San Martín (3º) y otro de Zacarías Moreno (6º), mal presentados, sin fuerzas y faltos de casta.

 

Alfonso Romero, silencio en ambos

 

Serafín Marín, dos orejas en cada uno de sus ejemplares.

 

Paco Ureña, que sustituía a Alejandro Amaya, silencio y vuelta al ruedo

 

El novillero Javier Benjumea, silencio en ambos.

 

 

 

 

 

 

Crónica y fotografías de Raquel Montero