En la Opinión de Pepe Mata: El dios toro transfiguró a No podía dar crédito. El sábado pasado, en la española ciudad de Valencia -como manifesté en mi crónica-, un sentimiento me invadió con fuego avasallador, devastador… la conmiseración. Sí, la conmiseración que me ha causado la reaparición de El Mito.

Todo dio inicio en su esperada reaparición este 23 de julio, después de más de un año de convalecencia, de la gravísima cornada de Aguascalientes, que le puso en verdad casi en la ruptura del hilo tan frágil que separa la vida de la muerte, y por fortuna, los médicos han podido no sólo salvarle la vida, sino como hemos sido testigos, darle la posibilidad de volver a pisar un ruedo.

Le vimos reaparecer llenando a reventar a la plaza valenciana, más de diez mil convocados adentro y, otros tantos afuera, intentando conseguir la imposible entrada.

Dieron las 7 de la noche apareció en puerta de cuadrillas El Mito, una mar interminable de fotógrafos le impedían casi el paso para dar inicio al paseíllo, y ahí… ahí, vimos la triste… tristísima figura que ahora proyecta.

Más delgado que antes, con una tez más transparente, y caminando con una paciencia más producto de una dificultad en el andar, que por ir gozando el fervor de los feligreses que llenamos a reventar el templo taurino, en donde iba a oficiar El Mito ante el dios tauro.

Y justo ahí, es en donde se ha pronunciado todo, y esto me hizo recordar a Arnold J. Tounbee, quien decía que transfigurar… “es una de las acciones que una civilización puede emprender en el proceso de su disolución”.

¿Una disolución voluntaria?

O quizá y más severo, aunque más realista: ¿una disolución involuntaria que exige más el universo para mantener el equilibrio?

¿Por qué recordar todo esto?

Bueno…

Cumplidor estuvo El Mito en su primero… nada del otro mundo. Sí momentos brillantísimos, pero fueron eso, momentos, incluso fue desarmado, cosas de las que no se esperaba ver, en un torero de tanto imperio taurino.

Por otra parte, la gente transmitía una necesidad imperiosa, apasionada, enloquecedora, con la fuerza hasta el delirio, el ferviente deseo de que ese mito no se extinga, porque se apreciaba en el ambiente, un miedo –y razón le sobra- de que la Fiesta, justo ahora, en este episodio tan crítico, pierda un mito que es su argumento y sostén, y quede desamparada; porque es muy posible que en este instante, no exista otro torero de tanta convocatoria que proviene de su propio misticismo.

¿Pero qué ha hecho esa atemorizada sociedad taurina por ir creando otro mito?

Creo que no mucho.

Vino entonces su segundo ejemplar, y ahí fue cuando sufrió tremendo arropón.

El dios toro provocó la transfiguración de El Mito, de hombre cósmico a hombre terrenal. Y, entonces, sí dolió y mucho lo ocurrido, más que en el cuerpo en el alma.

El Mito se vio en medio de la indefensión, tuvo incluso que ser ayudado para incorporarse, para no claudicar, y fue llevado hasta el callejón con el fin de recobrar todo, para continuar la propuesta que no acababa de iniciar.

Si ya la pena de haberle visto tan mermado me subyugaba, haber sido testigo de esta escena, me hizo sentir profunda conmiseración de alguien que parecía inalcanzable, y que ahora había sido alcanzado, rebasado y avasallado por sus propias circunstancias.

Sí salió y estuvo digno, pero ya nunca más heroico.

Hubo un cambio profundo provocado por un sentimiento y un estado de ánimo, que se ha ido desarrollando hace ya mucho tiempo.

A pesar de tanta letra que se ha escrito para justificar lo que para el universo sólo tiene una explicación, percibo que la realidad, la verdad que se vivió no se puede ocultar.

Y en verdad siento pena, tristeza, por ver que el hombre cósmico es ya terrenal, y deseo, como cuando la gente conoce la realidad y sigue deseando que resulte de otra forma, de una forma más amable, que El Mito, siga existiendo con la grandeza que le llevó a ser justamente… un mito inalcanzable.