Si tuviera que señalar dos películas taurinas netamente españolas que me gustan, no dudaría en decir Tarde de toros (1955), de Ladislao Vajda, y Yo he visto a la muerte, de José María Forqué, ambas protagonizadas por toreros en la vida real y a los que no se puede poner ninguna pega a sus respectivas actuaciones.

De la primera, todos sabemos la historia ya que hemos tenido oportunidad de verla, si no en el cine, en la televisión, y confieso que cada vez que la echan, me quedo enganchada: por la historia, las interpretaciones, las escenas toreando y la excelente filmación.  El argumento es como la vida misma, la historia de tres toreros –Ricardo Puente (Domingo Ortega), Juan Carmona (Antonio Bienvenida) y Rondeño II (Enrique Vera)- cada uno en distintas etapas de su carrera: El matador veterano que atraviesa momentos difíciles en su vida, tanto dentro como fuera de los ruedos.  El torero consagrado, en todo su apogeo y plenitud de facultades.  Y el joven aspirante a figura del torero que está en trance de afianzar su carrera y sobreponerse a una grave cornada, su bautismo de sangre.

Los tres toreros se desenvuelven en la película con más de sobrada solvencia y rodeados de un importante elenco de actores: Maria Asquerino, Jesús Tordesillas, José Isbert, Rafael Bardem, Marisa Prado y Jorge Vico, entre otros.

La otra película, Yo he visto a la muerte, estrenada diez años más tarde, también es un clásico del cine taurino español, pero considero que no ha recibido todo el reconocimiento que merece.  Se compone de cuatro viñetas verídicas, interpretadas por sus propios protagonistas: Antonio Bienvenida, Álvaro Domecq, padre e hijo, Andrés Vázquez y Luis Miguel Dominguín.

La película abre con Luis Miguel Dominguin explicando con gran naturalidad que la película va a presentar cuatro historias auténticas como la Fiesta misma, porque “al contrario de otros espectáculos, como el cine o el teatro, en el ruedo se muere de verdad.”  

El primer capítulo, “Blanco y Oro”, protagonizada por Antonio Bienvenida, se refiere a la fecha 17 de mayo de 1958, cuando el diestro prepara su reaparición tras la gravísima cornada sufrida en el cuello, que seccionaba la carótida y la yugular y que casi le cuesta la vida.  Su hermano Pepote (torero también, que se interpreta a sí mismo) intenta convencerle para que deje de torear, pero Antonio contesta que un toro y una cornada no le pueden retirar de los ruedos.  Afirma: “Necesito terminar ese muletazo que empecé en el mismo ruedo, con la misma ganadería y con el mismo traje blanco y oro.”  Y así lo hace y nos proporciona la oportunidad de ver unas excelentes imágenes toreando de Antonio Bienvenida.

El segundo capítulo lo protagonizan los rejoneadores Álvaro Domecq y Díez y Álvaro Domecq Romero, padre e hijo, y se titula “Espléndida”, el nombre de la yegua estrella de la cuadra del padre.  Ya vieja, el veterinario convence a Don Álvaro para que sacrifique a Espléndida y así poder disecarla.  El padre asiente pero en el último momento el hijo la rescata para traerla de nuevo a la finca en una preciosa escena en la que la jaca está transportada en un camión rodeada por una manada de preciosos caballos corriendo libres, acompañándola en su vuelta a casa.  Termina esta historieta cuando Don Álvaro anuncia la muerte de Espléndida un año más tarde por causas naturales: “En Jerez, ha muerto la reina de los caballos.”

 El zamorano Andrés Vázquez refleja también de forma autentica la dureza y los enormes riesgos que corren los maletillas en La Capea: “A veces los garrotes de los mozos de los pueblos de Castilla son más peligrosos que los cuernos de los toros.”  En este episodio, Andrés, apodado en sus comienzos El Nono, y sus amigos, El Velas y Manolo, tienen la oportunidad de torear en un pueblo.  Tendrán que lidiar a Obelisca, una vaca toreada y resabiada, que coge a Vázquez menos grave pero infiere a El Velas una gravísima cornada en el vientre.  El médico con los pocos medios que tiene a su alcance, no le puede salvar.  Termina el capítulo el día que Vázquez torea en Madrid y brinda su primer toro al cielo en memoria de su buen amigo El Velas y todos los demás aspirantes a torero que murieron en las capeas.

Concluye la película con el capítulo dedicado a “Manolete” en el que Luis Miguel Dominguín visita la atracción “Tragedia del toreo” en una feria ambulante, que le da la oportunidad de relatar los dramáticos detalles de la muerte de Manolete en Linares el 28 de agosto de 1947, cuando compartía cartel con Gitanillo de Triana y Dominguin.  Luis Miguel afirma que, aunque eran rivales en los ruedos, eran buenos amigos en la vida real.  Reprocha a Manolete por no haberse aliviado en el momento de la verdad y por querer matar a toda ley a Islero, aunque ya le había avisado de su peligroso pitón derecho.  Declara: “La muerte no es un tópico en el ruedo… pero la Fiesta no tendría razón de ser si no fuera por ella.”