Entiendo, hay que disfrazar las deficiencias, disimular los fraudes y las triquiñuelas, hacerse ojo de hormiga con la falta de cojones, y ensalzar lo bueno para rescatarla del atolladero. Alguna vez, estando en el tendido y ante mi desaprobación por la infame estampa de un becerro anunciado como toro, un matador, buen hombre donde los haya, me recomendó ponderar la faena de su colega que en la arena se emborrachaba de pases. Si quieres al final, me dijo, añade con sutileza algo como que es una lástima que el toro, de tan pequeño, hubiera quedado oculto bajo un sombrero: pidiéndome que con un eufemismo encubriera las condiciones de la sardina que había servido para instrumentar la supuesta obra de arte. Sin embargo, me negué y me niego categóricamente a sumarme a esa ley de protección a la mediocridad. Digo un enfático no, a la cofradía del silencio y al sindicato de la complicidad gremial.

 

 

 

 

La corrida del domingo en la Plaza México, como casi todas las de esta temporada, fue pobre de presentación. Novillos adelantados, pobres de estampa y corniausentes. El quinto de la tarde fue pitado de principio a fin por los espectadores indignados ante la falta de trapío. Fue una larga y unánime exigencia al juez que desde las alturas del Olimpo desoyó la protesta sin inmutarse. Es insultante que los aficionados no tengamos el derecho de devolver un saldo de corrales. Las únicas tres corridas en que gozamos de ese derecho, aquella temporada ya lejana, el serial empezó a tomar tintes trascendentales. Pero el sistema es perverso, las estructuras cerradas y en este país, los privilegios son cuestiones no de méritos sino de buenas relaciones, por lo que al cuarto festejo, las autoridades modificaron nuevamente el reglamento y la cosa volvió a su nivel normal, es decir, al de las lagartijas.

 

 

El domingo pasado, ni José Luis Angelino en tres toros, porque regaló uno, ni Cristian Ortega ni Fermín Rivera pudieron salvarse de engrosar las filas del Club de Matadores Desapercibidos. Es una falta de seriedad comparecer en el escenario más importante de América para intentar suertes que no serán medianamente ejecutadas. Como el lance del soldado Ryan, interpretado por el diestro tlaxcalteca, que consiste en esperar a porta gayola tras la trinchera del capote y ante el veloz ataque del toro, lanzar el trapo a un lado cual granada expansiva rosa, mientras el hombre, muy aprisa, escapa pecho tierra  hacia el otro extremo. El problema no es que le haya pasado una vez, cosa que se entendería si el toro viniera recostándose del lado en el que de rodillas espera el torero. Lo imperdonable consistió en haber intentado la larga cambiada tres veces sin ningún éxito. Se agradece el afán de ofrendarse, pero  no se puede venir a ensayar al escenario más importante de América.

Ahora, nos ha dado por envanecernos con eso de que la temporada va bien sin los espadas extranjeros. Sí Chucha, la cosa va tan bien que yo les preguntó, salvado sea Fermín Espínola ¿quién de ustedes se aventuraría a la ciudad de la esperanza, con los gastos y los riesgos que ello implica, para ver a cualquier torero de los que hasta hoy han comparecido?. Lo de que la temporada ha resultado un éxito es demagogia hipócrita. Lo único que va magníficamente bien, olé mis huevos, es nuestro dominio de los eufemismos.

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                                                 Crónica de José Antonio Luna

Fotos de Moisés Segura