Había una expectación impresionante en un domingo de resurrección en Sevilla con un día esplendido, y una temperatura de arte. Además, esta tarde hasta el viento que tan fuerte sopló ayer, sábado de gloria, hoy decidió darnos una tregua. Pero cuando las cosas vienen mal, pues salen peor. Si los ingredientes que le echamos no son de buena calidad, pues pasa lo que pasa. La corrida de Zalduendo ha salido más rancia que los platos de jamón el año pasado, y así nos ha ido, seis toros, seis silencios; con una bronca a Morante por no aguantar al quinto más de dos minutos. La corrida no ha tenido la presentación que requiere una plaza de primera como Sevilla y le ha faltado bravura, casta, raza, fuerza, temple y ritmo. O sea, que estaba vacía de lo que tiene que llevar dentro un toro bravo, o al menos, debe tener.

Morante tuvo a un primer enemigo infumable, pero aun así el de la Puebla quiso lucirse. Sobresalieron tres series de derechazos con algunos pases marca de la casa. Intento de toreo al natural, pero el toro se le coló y al volver a la mano diestra, el toro había cambiado y ya no pudo hacer nada más. Mato mal, y fue silenciado.

En el cuarto, solo podemos resaltar dos verónicas y una media con su sello y nada más, ya que no estuvo con el toro más de dos minutos. Entró a matar y hubo bronca.

El Cid ha andado voluntarioso esta tarde pero tampoco ha tenido opciones, su primero fue un toro sin clase y sin fuerza y no le dio opciones.

En el quinto hubo más de lo mismo, el toro salió sin raza y sin clase y no hubo nada que hacer. Ha sido silenciado en sus dos toros.

José María Manzanares también se estrelló con su lote, que además de flojo, tuvo peligro sordo, estando el de alicante muy a la altura de la tarde. En el tercero sobresalieron Chocolate en el caballo y Curro Javier, que se desmonteró, y el propio matador con una gran estocada.

El sexto ya fue el remate porque tenía un peligro sordo y Manzanares se la jugó sin dudarlo. Lo intentó por ambos pitones pero el esfuerzo fue baldío. Lo mató de otra estocada y también fue silenciado.

 

 

 

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Desde Sevilla, crónica de Conchita Rodríguez Ortiz