JERUSALEN Y DAMASCO.-

En su proyecto de visitar Jerusalén, desanda lo andado y regresa a El Cairo para trasladarse a Palestina y llegar a Jerusalén el 23 de julio, donde se presenta como príncipe árabe, porque Jerusalén es el segundo lugar sagrado de los mahometanos; se hace inevitable, por tanto, la visita a la explanada de las mezquitas, allí visita el Haram, o templo principal, construido sobre el antiguo de Salomón y del que hará una completísima descripción al igual que de la mezquita El Aqsa, cuya visita como príncipe abbassi se torna inevitable. Toma contacto en esta ciudad con el convento del Santo Sepulcro y alcanzaría el nombramiento de Caballero Cruzado de la Orden del Santo Sepulcro.  A continuación recorrería los principales lugares de la cristiandad, (algo extraño, si se tiene en cuenta que se supone es un musulmán que vuelve de su peregrinación a La Meca),  llega hasta Jericó, se detiene en Belén, visitando la gruta de la Natividad, desde allí a Nazareth, emocionándose en el lugar en el que María recibió la visita del Ángel y aceptó su celestial cometido, sigue hasta Canaa de Galilea para terminar en Damasco, ciudad que le entusiasma por su grandiosidad y por el numero y la calidad de sus fuentes, pero observa y anota que su mezquita-aljama es menos valiosa que la de Córdoba.

ALEPO, ANTIOQUIA Y CONSTANTINOPLA.-

Tras visitar Alepo en Siria, llega a Antioquia y desde allí se dirige a Constantinopla que también describe profusamente; en esta ciudad es atendido por el cónsul de España, marqués de Almenara, que estaba al corriente de todas las andanzas de Alí Bey. Pero como allí se descubre su verdadera personalidad –y parece que a ello no fue ajeno el embajador de Francia, general Sebastiani- tiene que salir de la ciudad de estampida el 2 de diciembre de 1807.

BUCAREST, VIENA Y MUNICH.-

Vuelve el viajero a Europa  a través de Bucarest- el viaje de vuelta, curiosamente, ya no es narrado por Alí Bey, sería Domingo Badia  quien asumiría esa tarea- y es en esta ciudad donde da fin al libro de una forma un tanto abrupta.  Viena y Munich constituyen las siguientes etapas de un viaje en el que tiene noticias del éxodo de la Corte Española  y su confinamiento en Bayona, para donde sale cuando se recupera de una seria enfermedad que contrajo en Bucarest y que le tuvo mes y medio recluido.

BAYONA.-

En Bayona como brigadier del ejercito español, se presenta a su rey, Carlos IV, quien le ordena ponerse al servicio de Napoleón. Badia, a continuación, se entrevista con el emperador francés y con su chaberlain a los que fascina vivamente la aventura y las posibilidades que esta abre y con la promesa de su publicación es reportado a Madrid con una carta de presentación para su hermano el rey José.

Este sería, en síntesis, el viaje que comisionado por el Gobierno español cuenta Badia y, que años después, recogería en el libro al que ya he aludido. Valorando muy positivamente los resultados de este viaje, Godoy elabora un documento, para su elevación al rey Carlos IV en el que recomienda se premie adecuadamente al viajero, se publiquen sus viajes y se utilice su experiencia en futuras empresas y textualmente venía a decir: “Este hombre se halla en el caso de poder hacer grandes servicios al Estado por los conocimientos que ha adquirido; por las relaciones políticas y confidenciales que ha sabido conservar en todas partes y por las importantes miras y proyectos que ocupan su mente..”

A Badia entonces se le abrían grandes posibilidades, pero los acontecimientos se precipitaban, día a día,  en un país convulso y alterado y los sucesos que provocan la caída de su mentor -el motín de Aranjuez acabó con la figura política de Godoy-  y la corona española en manos francesas, hacen que la gesta de Badia en nuestro país pase a un segundo plano.

MADRID, SEGOVIA Y CÓRDOBA.-

En Madrid se reencontraría con su familia después de seis años de separación, aunque a poco de llegar los problemas económicos empezaron a serle acuciantes. Su suerte cambió al ser nombrado Intendente de Segovia, donde los franceses le reconocerían su buena gestión nombrándole Caballero de la Real Orden de España.  Desde allí pasa a Córdoba, primero como Intendente  y luego como Prefecto. En Córdoba permaneció poco más de quince meses, desarrollando una actuación fecundísima, como se vera más adelante, en premio a la cual fue trasladado a Valencia, destino del que no llegaría a tomar posesión.

No deja de sorprender que durante el tiempo de servicio en la administración de José I siguió vistiendo y comportándose como un musulmán y la Suprema Junta de Gobierno del Rey, en una orden de búsqueda por un supuesto delito de dilapidación de los bienes nacionales que, posteriormente, sería sobreseído, le describe como “capitán con largos bigotes, pañuelo abultado y dentro las bambas con sable colgado de un cordón encarnado”.

Tras la batalla de Arapiles, junto a otros afrancesados, hubo de huir con su familia a Francia; esta derrota de las tropas francesas junto al hundimiento del ejército francés en Rusia, extendió por Europa la idea de que los días de gloria de Napoleón podían estar acercándose a su fin.

En aquellos momentos la vuelta de Badia a Francia se hace inevitable. Aunque, hoy día, nadie duda de que fuera un patriota, llevaba la etiqueta de afrancesado y por eso de nada le valieron las solicitudes que dirigió a Fernando VII manifestando su fidelidad a la corona española y la misión secreta llevada a cabo por él en tierras de África y Asia   para que le permitiera reintegrarse a su empleo de brigadier del ejército español.