Oficio en el que si no espabilas, de un derrote te quitan los pies del suelo y ruedas sobre la arena con un ojal y una hemorragia que te doblas de la risa, y en el que las cosas además de bien, hay que hacerlas con garbo y guapamente. Estos tres tipos me gustan por su impecable desempeño, por su destreza a la hora que les corresponde intervenir durante la lidia. Son capotes experimentados, siempre oportunos en bregas y quites. A su hora, prenden los zarcillos exponiendo el pellejo con arte y holgura. Silenciosos superan cualquier adversidad.

 

A los empresarios de la plaza Santa María de Querétaro se les iluminó el foco y previo a la novillada del sábado, dieron las condiciones de un concurso de banderilleros para disputar el trofeo al “Mejor Par”. A tal competencia fueron convocados esas tres notables y verdaderas figuras del toreo que se llaman Raúl Bacelis, Cristian Sánchez y Gustavo Campos. Tres subalternos de lujo que no llevan la borla de matadores y por ello el oro les está vedado, pero siempre están prestos al quite, a su vez, hacen muy bien lo de correr el toro a una mano y a la hora del segundo tercio, sobrados nos dan un repaso sobre las normas y preceptos del garboso arte de adornar morrillos. Cualquiera del triduo, midiendo las distancias y conocedor de los terrenos, se deja llegar al toro hasta los tirantes, alza los brazos asomando al balcón, clava en la alhaja, que es el nombre que los viejos revisteros daban al sitio exacto donde deben quedar las banderillas y caminando se aleja del compromiso como quien va a la cocina por un café. El trofeo se lo llevó Cristian Sánchez, pero daba igual, los tres fueron olas acercando la espuma plateada de los alamares a las  escolleras de los pitones en la playa negra que era el toro.

 

El domingo en la plaza México, de nuevo volvieron a dictar cátedra y eso ya es costumbre esperada. También, de altos vuelos fueron las intervenciones de los picadores Francisco Curro Campos –que supongo será pariente del banderillero. Los niños de esa familia en lugar de a las canicas jugarán a ver quien tiene más grandes los cojones- y posteriormente, César Morales. Aunque enarbolando su torería, los dos fueron muy buenos, yo me quedo con el primero. Citó bizarramente dando palo para chorrearlo deteniendo al astado. Luego, mantuvo la reunión afanándose en el morrillo sin bombear, no obstante que el toro levantó por las manos al caballo. Ni una triquiñuela que manchara el puyazo supremo.

 

Unos cardan la lana y otros llevan la fama. Tal vez, regresen los viejos tiempos y volvamos a ver anunciados en el cartel los nombres de los que integran las cuadrillas. Ya lo dije, descubrimos el hilo negro. La vida es cíclica y hombres como estos cinco, si algunos matadores a los que les enmiendan la plana no les ponen trabas, están cerrando la curva de vuelta hacía los orígenes. Antes que un tercio ramplón de banderillas cortas y cuarteos a toro pasado, descortesías de espadas tramposos, prefiero un buen par de cualquiera de estos tres subalternos. Ágiles, eficaces, honrados y discretos, hombres de plata con afición de oro.

 

 

 

 

Desde Puebla, José Antonio Luna