Los casi quinientos años de las piedras coloniales y de la historia mestiza que levantan a la ciudad de Tlaxcala, me gustan mucho. Por ello, el domingo me vi en un dilema. Quiero decir, que tuve la necesidad de elegir entre dos opciones estupendas: la ocasión pocas veces concedida de ver a Fermín Rivera que es un gran diestro, serio, hondo y nada comercial, siempre remitente al buen toreo aunque no mate corridas por docenas. O bien, manejar cuarenta minutos por una tranquila carretera rural que muy pocos utilizan, cosa que aumenta su encanto, y que serpentea entre barbechos y alfalfares de los que alzan vuelo grandes parvadas de garzas, dejando a atrás cascos derruidos de haciendas en cuyos patios, los fantasmas de damas porfirianas y de charros todavía se disponen al paseo dominical, bajo la sombra de los álamos que crecen a la orilla de las acequias. Siempre están ahí, se los juro, cuando miro la escena aparecen, ellas subidas en carretelas cubriéndose con sombrillas de encajes y ellos con sombreros jaranos de toquilla de plata. Además, a eso hay que agregar el disfrute de la emoción, la expectación y aún la impaciencia del trayecto como preámbulo a una novillada en la plaza tlaxcalteca.
Elegí sentarme en la parte de sombra, que en este edificio taurino es mi apostadero favorito para disfrutar de la vista del campanario, los paredones y las rejas del convento de San Francisco. El cielo impecablemente azul contrastaba contra el verde de los árboles, mientras las palomas se atrevían confiadas desde los tejados al ruedo. En el cartel,
Como siempre las campanas puntuales doblaron a misa o dando el aviso de que la tarde de domingo estaba por terminar. El festejo no fue de grandes triunfos, pero tuvo su encanto, porque los novillos se movieron y los toreros tuvieron la gracia de la ilusión, que según se ve, desaparece el día que toman
Acaso, me guste volver de vez en cuando a Tlaxcala, porque todavía encuentro un mundo que en otras partes está en liquidación: Campanarios, conventos, haciendas, siembras, palomas, potreros, el tiempo que transcurre lento y personas dilectas que dieron forma a mi memoria. Vuelvo gustoso e ilusionado, como si viviera mi amiga Encarna que tenía un corazón entrañable, enorme de cariño como un capote y nos pudiéramos sentar a la paella en El Tablao. Ustedes perdonen la nostalgia.
Profesor Cultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México