El hola buenas, estoy de vuelta, El Juli lo dio con las jaras del río mecidas al viento de unas verónicas de libro. Luego, le puso marca a una brega impecable que el público jaleó merecidamente. Recorte al punto para poner al toro frente al caballo como a una becerra en tentadero. A continuación, un quite maravilloso por navarras, sabio, el viejo zorro tocaba con el vuelo del capote para dejar al de Xajay en suerte, ligando, uno tras otro, los trazos de una ristra que tuvo la inmensidad del mar. Por si faltara, para cerrar la tanda le pegó una larga recreándose en la suerte, que a la hora de la cena todavía no terminaba. Su faena de muleta dio principio con seis estatuarios de pérame tantito. Después vinieron esas tandas en redondo por los dos lados ligando adornos de la mejor cepa. Capetillinas y pases de la flores hilvanados a derechazos y naturales interminables toreando como si cada muletazo fuera el último de su vida.

Más allá de lo que ya todos sabemos respecto al toro escogido que siempre viene en el séptimo cajón, lo del domingo fue una demostración de fe. Pasearse sereno por el filo de una navaja muy bien afilada para cortar las orejas y el rabo con el corazón rebosando de una fe absoluta, en la divinidad, en el futuro y en sí mismo. Faena honda y sentida patentada además, por la ambición de un hombre que lo tiene todo y que aún así, aprovecha cada oportunidad que la vida le presenta y si no, pues se la fabrica.

Por su parte, Zotoluco practicó la técnica de la transición. Estuvo, pero no estuvo; triunfó, pero no triunfó. Se fue a hombros, pero encorvado, queriendo pasar desapercibido. A su vez, El Payo dejó de manifiesto que se da unos arrimones de ay Jonás dijo la ballena, pero a las presentadoras de la tele: que dice el señor que de toros, por el momento no quiere saber nada, que no lo molesten. A cambio, las lecciones magistrales que El Juli brindó el domingo en la plaza México. Una, que para cada toro en cada momento de la lidia existe el lance y el pase apropiado, y la dimensión y distancia precisa. Otra, que la fe mueve montañas. Lo que el torero de Velilla de San Antonio dijo a muleta y espada con un temple desvanecido en pases dignos de ser fundidos en bronce, es que en esta guerra del toreo no hay treguas. Desde que partió plaza, Julián López llevaba en el rostro la determinación del que ha de triunfar salga lo que salga por la puerta de toriles.

Cuando los toros de Xajay, por cierto de buena presentación, habían fallado; cuando el juez puso las orejas de ganga: llévelas, llévelas orejas baratas, recuerdo de la Plaza México; cuando la espada le había cantado el niguas, hoy no toca; cuando la puerta grande se había hecho humo, vino la fe ciega en el toro de regalo. Su muleta que posee todos los conocimientos de los siete sabios de Grecia, sumada al toreo hondo, inspirado y sublime, más lo que aportó “Guapetón” de Xajay dieron pie a que El Juli se fuera a hombros dejándonos pasmados ante su obra. Nos lo decíamos regocijados unos a otros, fue una faena perfecta.