Es muy joven aún y ya tiene la piel cosida a cornadas. El cate de “Benamejí” después de un imponente par del violín. La cornada en la plaza de Tlaxcala, la del Tenexac en Apizaco, muchas. Ya lo he dicho antes, el torerito valentón de los primeros tiempos maduró en maestro consumado. Son años de afanes y disciplina, de acariciar proyectos e ilusiones, de vencerse a sí mismo, de dominar las suertes tradicionales, de inventar otras, de desempolvar primores cubiertos por las telarañas del olvido. En pocas palabras, valor, esfuerzo, creatividad y renovación son las consignas de su estandarte. La tarde del domingo, había venido a la Plaza México para trascender de una vez por todas.

Por eso, deberían escoger un nombre muy apropiado para bautizar uno de los pares de banderillas más hermosos que se ha puesto en toda la historia del toreo. Las cadencias del pase del imposible rematadas con el violín fueron una conjunción efímera en la que “Camarógrafo”, de la ganadería de San Marcos y El Zapata parecieron reunirse en una danza sideral colmada de belleza, armonía y ritmo; una secuencia inolvidable en la que se difuminaron los papeles de los protagonistas para culminar en recuerdo luminoso; confirmación de que en los toros en cualquier momento puede pasar algo histórico, sorpresivo y completamente fuera de contexto. Bautizarlo como “El par del siglo” circunscribe a los pocos años transcurridos en lo que va de la centuria. “El Monumental” constriñe a lo hiperbólico. “El posible” no contiene la magia del antónimo, es decir, la fe ciega en lo improbable que se necesita para desbocar a la loca de la casa, o sea, a la imaginación. “El par del centenario”, en este país tan excesivo remite al suceso histórico de la Revolución, que siendo estrictos, no nos ha llevado a ninguna parte y sólo serviría para que los que maman y trincan con la palabra Historia se cuelguen otra medalla.

El par del estoicismo, o del esfuerzo, o de la utopía, o simplemente de  la dignidad y la vergüenza. No sé, un nombre sublime para una nueva suerte de banderillas puestas tras el beso glorioso y magnánimo de las musas, ejecutado además, con dos cojones y cara de hombre. Lo de nombrar es un convenio implícito. Al final, se quedará el nombre que gane fuerza, pero nosotros los aficionados guardaremos en la memoria la escena de estreno, espléndida y fugaz de la reunión, y después de ella como un sueño, las gladiolas meciéndose en todo lo alto, derechas, apuntando al cielo, como si allí hubieran estado toda la vida.

 

 

 

 

 

 

 

                                                                                                                                                                                                                                               

                                                                                                                                                                                        José Antonio Luna