La cosa es como si estuviéramos por acabar la penitencia. Mientras el toreo formal y de verdad, se desvanece en las ciudades cada vez menos pendientes de la seriedad del toro y del  tamaño de la leña que traiga en la cabeza, los pueblos del estado de Tlaxcala que ni plaza tienen y que para ver una corrida arman un edificio portátil, están dando corridas de mucha importancia en cuanto a la trilogía taurina del peso, edad y trapío. El domingo pasado al pie de la Malinche, en San Miguel Contla que es una población muy pequeña, contrataron una plaza movible y vimos una corrida con seis toros de bellísima estampa, con más de cuatro años cumplidos y cornamentas aún respetables a pesar de haber sido rebajadas a serrucho. Lo que les quiero decir es que en Tlaxcala, la afición cada día se vuelve más torista. Aleluya, es como si estuviera a punto de terminar la maldición.

Dos de la tarde, día nublado y lleno el tendido. El paseo lo hicieron Federico Pizarro, José Luis Angelino y Angelino de Arriaga, para matar una corrida de Tenexac que traía todos los atributos de un encierro de toros para una plaza de primera categoría. Con una sexteta así, no da pena escribir “ejemplares”, porque realmente eran un ejemplo de lo que debe ser un toro. Bravos de comportamiento -algunos más otros menos- finos y bellos de lámina, enmorrillados, y lo más importante, encastados, por lo que dieron juego e hicieron trascendente todo lo que aconteció en el ruedo.

Si se mira bien, el fenómeno es interesante porque en pos de la plaza portátil, como una cauda siguiendo al cometa, viajan buenos aficionados que van buscando los encierros de toros bravos-bravos, repetición esta última muy pertinaz y a propósito, si consideramos la actual variante de la especie a toros bravos-mansos. Del mismo modo, es decir, en plaza desmontable, hemos visto merengues de De Haro y de Piedras Negras que han sido una satisfacción lejana a la bilis amarga con la que uno sale, por decir algo, del coso de una ciudad grande como el Relicario, en Puebla.

Desde luego, falta afinar detalles. Retomar la fiesta por el lado de la verdad del toro, requiere de nuevos paradigmas. Por ejemplo, que los espadas olviden la convicción de que es imprescindible irse a hombros para que los aficionados reconozcamos su trayectoria y nos convirtamos en sus seguidores. ¿A quién le importa el titular?: “Ayer, todos a hombros en San Miguel Contla”. No tiene peso. Importa más el fondo que la forma. Si no me creen, vean lo que pasa en España y en Francia, países a donde debemos voltear la vista. Allá, la gente sigue a una nómina de toreros que no cortan orejas a destajo, pero que se juegan la vida enalteciendo el toreo verdad, como muestra están las leyendas de: Castaño, Rafaelillo, Robleño, David Mora, Sergio Aguilar y otros.

Además, en nuestro caso, para hablar de enterezas, valdría la pena dejar intactos los pitones. El domingo se fueron de la mano algunas cosas. Sobró la impertinencia de Federico Pizarro al dar el bajonazo artero al cuarto de la tarde con el fin de cortar la segunda oreja. También, rebasó la raya que su apoderado fuera a agredir verbalmente al juez. Estuvo de más, que José Luis Angelino se obstinara en que le dieran dos orejas por una faena que valía una. Se pasó de castaño oscuro, que Angelino de Arriaga regalara un utrero que desentonó de cabo a rabo con la majestuosidad del resto del encierro.

Asistir a un evento con toros tan bien rematados, poderosos y bravos como estos de Tenexac es un ejercicio que purifica. Las corridas van a sobrevivir sólo si tomamos este camino, la gente está ávida de la verdad. Así lo entendió el juez Edgar Hernández Xicotencatl que no permitió que una corrida seria se convirtiera en una pachanga apoteósica con todo mundo saliendo a hombros y repartiéndola con queso, aunque por ello -y no me explico a santo de qué- toleró las ordinarieces.

Por lo que aconteció en la arena, los tres matadores actuantes se merecen nuestro respeto y nuestra fidelidad para seguirles a otras plazas. Reconocemos su valor y la gesta que acometen. Lo de cortar orejas al mayoreo, déjenselo a los toreros vulgares a los que da colitis por la estadística.

 

 

José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México