Lo de Víctor Puerto fue puro cachondeo, el cárdeno no era bueno, pero tampoco fue tan malo. El diestro no hizo el menor esfuerzo por lidiarlo. Nosotros gritábamos ¡toro! porque sabíamos que si el matador se ponía y dominaba, cambiaría el prólogo de la tarde. También, gritábamos “toro” como una consigna revolucionaria, como se grita ¡libertad! o ¡ya basta!. Cuando este primero saltó a la arena, sentimos lo que tal vez vive el manifestante que levanta un cartel en la plaza pública. Es que ahora, resulta que lo de la bravura es síntoma de rebeldía. No formarse en la fila de admiradores de las casas que crían toros bobos, es romper con el sistema.

Ya al mediodía, el señor títere había desechado al toro número noventa y ocho. La razón esgrimida es que se había “bajado mucho”, pero, la verdad es que en las corraletas se veía igual a sus hermanos que aguardaban junto con él, a que se abrieran las puertas del laberinto de Ariadna. Que el encierro saliera parchado fue un golpe bajo para nosotros los seguidores de la divisa tabaco y oro. Después, la superficialidad de Puerto parecía mandato, no se debe actuar con tanta ligereza en la Plaza México ni se puede ser tan irresponsable sin órdenes del jefe.

La corrida fue transcurriendo entre cosas muy interesantes, por ejemplo, arrancadas de largo y emoción en las embestidas. Sí, es cierto, fueron mansos, pero no tanto como los han satanizado. En cuanto a los otros espadas, José Luis Angelino se portó como un gran torero y Pepe López se esfumó tras su muleta. Mientras tanto, nosotros asombrados nos preguntábamos para los adentros ¿qué estaba pasando?. A pesar de todo, los toros de De Haro complicados y mansos fueron más listos, fieros y con mayor sentido que los de otras ganaderías.

No sirve la justificación, pero de la corrida del 2013 en la misma plaza a esta reciente, he visto lidiar a muchos ejemplares de la casa De Haro y no había lógica. En las tientas, en corridas de toros y de novillos, durante dos años he admirado animales de una bravura excepcional. Los he contemplado arrancarse de tercio a tercio, los he visto ganar concursos, consolidar el prestigio de su hierro.  Dos días antes, en la corrida de Navidad en Apizaco fui testigo de cómo un toro bravísimo de De Haro, puso en un serio predicamento al rejoneador Horacio Casas, no al estrellar la cabalgadura contra las tablas y casi echarlos del otro lado de la barrera, a ese susto como quiera se sobrepone, sino a la reconsideración dolorosísima de la cuestión shakesperiana, la del ser o no ser.

Como en nuestra actualidad, la bravura es una señal de rebeldía, el cárdeno de Apizaco fue lidiado con todo el aparato represor encima. El rejoneador, más tres de cuadrilla, sumado uno que otro acomedido, tenían al toro como los valientes y heroicos granaderos cercan a un estudiante rebelde para tundirlo a palos, en este caso literal y a la media vuelta. El toro a pesar de tener un rejón clavado en el pulmón, no se disminuyó y cada vez que el sobresaliente Santiago Romero le hizo un quite, el toro metía la cabeza con gran estilo.

No fue para tanto, lo de las banderillas negras me sabe a encargo, el toro nunca volteó la cara y fue picado en la querencia, tapándole la salida y haciendo la carioca, pero fue picado. No había lugar a que el juez ordenara lo de las jaras de luto. Más que al toro, en un acto de represión brutal, nos las estaban clavando a los que gustamos de hierros no fáciles y con movilidad como Piedras Negras, San Mateo, Tenexac, Lecumberri, Jaral de Peñas.

Una mala tarde la tiene el mejor torero y el más grande ganadero. La historia que cumple cincuenta años dará toros tan buenos como nos tiene acostumbrados. La casta en la casa De Haro sigue intacta. En cuanto a lo que a nosotros los aficionados toca, continuaremos en lo mismo, exigiendo el toro con movilidad y emoción para llamar maestro a su lidiador sin tener que ocultar la risa. Queremos corridas de ganaderías bravas, confiamos en la bravura que corre en la sangre de los toros De Haro. Y no vamos a claudicar, el grito de ¡toro! es nuestra consigna y nuestro manifiesto: “Si no nos dejan soñar, no los dejaremos dormir”, por más banderillas negras que nos encajen.

 
 
 
 
José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México