Como cada año por estas fechas, andan alborotados algunos por aquello de la celebración del Día de la Hispanidad. El argumento enarbolado es que el descubrimiento de América trajo consigo la imposición de la cruz y la muerte de las culturas aborígenes. Me encanta la sed de venganza que quinientos veinte años después, a algunos todavía les envenena el alma. Estamos a unas horas de que los grupos indígenas lamenten con acierto su mala suerte, porque después de servir de carne de cañón en luchas de independencia, revoluciones y la madre que las parió, para ellos todo sigue igual. A su vez, los presidentes de los países americanos sin el menor escrúpulo y en tono de pesadumbre expiatoria harán discursos de logros sólo patentes en sus informes y sin saber qué hacer con la lengua, educación y las tradiciones de las minorías, pondrán más pretextos que una hija soltera embarazada.

 

Habrá protestas desde el estrecho de Bering a la Patagonia. Sin embargo, más nos valdría cambiar la perspectiva y aprender a amalgamar la riqueza cultural heredada y a interpretar una Historia cruel, absurda y sangrienta, con el objeto de no volver a equivocarnos. 

 

Si se mira bien, ante la invasión europea, nosotros los hispanoamericanos salimos bien librados. Los españoles siempre mezclaron su sangre con los pueblos que los conquistaron y cuando les tocó vencer, igual se aplicaron a lo mismo. En cambio, a las tribus del norte, los ingleses, famosos por el ejercicio de su bondad, las aniquilaron y a los sobrevivientes los encerraron en reservas, para que fumando la pipa de la paz, rumiaran su rencor hacia ellos por los siglos de los siglos.

 

El horror de las conquistas posteriores al descubrimiento de América, la crueldad de unos y de otros, la esclavitud, la encomienda y la tragedia prolongada hasta nuestros días, deberían de ser el punto de partida para una nueva interpretación de lo acontecido. No hay héroes, sólo una lucha pertinaz de intereses. Hay que aprender a desaprender. Seguir llamando traidores a los tlaxcaltecas sin detenerse a considerar que eran miembros de otra nación y que ya estaban hasta los tompeates de perder batallas, teniendo que aportar por ello tributos entre los que iban mancebos y doncellas, para que con su sangre los aztecas pudieran tranquilizar los humores del iracundo dios Huitzilopochtli, que todo el pueblo comiera tacos rellenos con las vísceras de las víctimas y para que con sus cráneos y sus fémures adornaran arquitectónicamente la Calzada de los Muertos, es tan atroz e indignante como los maltratos que originaron las quejas de Fray Bartolomé de las Casas.

 

Desde 1492 han pasado mucho tiempo y muchas cosas. El devenir de la Humanidad nos va enriqueciendo a la par que nos envilece. Tal vez no me apegue al canon de lo políticamente correcto, pero que quieren que les diga, yo sí celebro el Día de la Hispanidad. España nos dio lengua y tradición. Dentro de sus carabelas y galeones nos trajo la cultura de Occidente que en medio de su propia decadencia, tiene sus ventajas. Sin la influencia española no habría catedrales, ni teatros coloniales, ni progreso. Cristóbal de Villalpando nunca habría pintando sus trozos de cielo ni Sor Juana versificado el Primero Sueño, tampoco Juan Rulfo hubiera incendiado el llano. Pablo Moncayo jamás habría compuesto su Huapango, ni María Félix se habría metido a soldadera, además, claro, de otras muchas posibilidades en otros aspectos. España nos dio también, hay que decirlo, las corridas de toros que tanto amamos. Adjunto con ellas viene el sincretismo taurino, es decir, las hazañas, las trampas, las glorias, los petardos y la belleza en los afanes de los toreros de un lado y del otro, por decir algo, las hermosas verónicas de Morante y los quites luminosos de Joselito Adame. La emocionante acometida de un toro peninsular y la conmovedora embestida de un ejemplar del altiplano. Ustedes perdonen lo forzado del párrafo anterior, pero sabiendo que el sitio es de toros, algún pretexto debo buscar para tocar el tema cuando quiero andar por otras veredas.

 

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México