La semana pasada, en clase estuvimos hablando de héroes. Desde los mitológicos hasta los que conviven con nosotros, es decir, los discretos que sin espada ni máscara rebasan con mucho lo que en la vida les corresponde dar y ofrecer. También, hablamos de los héroes de la historia, de la ciencia, la literatura, del cine.

Cada uno de los estudiantes inscritos en el curso pasó al frente a departir acerca de sus héroes. Como se pueden imaginar, a los jóvenes -hombres y mujeres, en nuestra lengua el género masculino es inclusivo- los tienen seducidos el Capitán América, Airon man, Jolk, Tor –me recreo en la suerte al escribir de modo españolizado los extranjerismos- y la Viuda Negra. También postularon a Malala Yousafzai. Desde luego, algunos trajeron a cuento a Federer, Vettel, a Cristiano Ronaldo que todavía se defiende. Vivimos otros tiempos, reflexioné, si no, estarían diciendo Urdiales, Rafaelillo, Robleño, López Simón, Ureña.

Lo mejor es que no faltaron los que en su breve lista incluyeron como héroes a la madre enferma que deja la cama para cumplir sus cuidados domésticos, a la hermana que no se compró un vestido porque necesitaba unos libros, al hermano que se fue a Corea porque aquí no tuvo la oportunidad de conseguir un empleo en el que le pagaran un sueldo digno. Y al padre -de este modelo hubo más- que se fleta en el trabajo y que molido vuelve a casa después de una jornada infame de once, doce o más horas. En cada ocasión que escuché a alguno de ellos contar esa versión del héroe contemporáneo, me vino a la cabeza la idea de lo propicio que sería plantarse frente al superior del padre del estudiante en cuestión, para hacer énfasis en que lo del lema gerencial de que: “…aquí tenemos hora de entrada, pero no de salida y además, no pagamos horas extra”, vaya y se lo aplique a su puta madre. Sin embargo, dada mi investidura docente, les juro que la propuesta me la tragué con todo y hueso.

Yo también tengo mis héroes, los cercanos que me dieron y me dan cobijo, amparo, educación, y por otra parte, los míticos. Ya habrán adivinado, mis héroes se visten de luces, lo que no significa que todos los que se ponen el traje de alamares lo sean, pero sí, algunos y con mucho. A ellos, los venero. Sus actos me mueven a imitarlos desde el papel que me ha correspondido desempeñar en la vida. Toreros de gran coraje y voluntad de acero que se imponen al dolor y luchan muleta en mano por conseguir su ideal.

Miren lo que es tener vergüenza torera: López Simón va a rematar la tanda con un pase de pecho, está en terreno comprometido y la cornada es de las que se cantan antes. Su primer toro en suerte, o sea, el segundo de la tarde de un encierro del Puerto de San Lorenzo, le quita los pies del suelo y le pega un cate en el muslo. Como ya se imaginaran el hombre se incorpora llevándose la mano a la herida. Con una mueca de dolor pide le devuelvan los trastos, continúa la lidia y por sus méritos corta una oreja. Eso en sí, ya es un acto de heroísmo. Pero la cosa iba a mayores. Como era un mano a mano alternando con Diego Urdiales de primer espada, ante la cátedra de Madrid y en la Feria de Otoño, al herido se le estaba escapando la oportunidad de matar a sus dos toros restantes y conseguir un triunfo muy importante.

Así que el diestro entró a la enfermería con una cornada de doce centímetros en el muslo que le llega al pubis, por lo que los médicos se alistan para intervenirlo quirúrgicamente. Empieza el segundo acto, Alberto López Simón no permite que la oportunidad de cerrar su temporada de un modo brillante, terminé durmiendo el sueño de la anestesia. De pie, replica, discute, se niega a que lo desvistan. Doctor, espéreme tantito. Nada más salgo, mató los dos merengues, abro la Puerta Grande, que me paseen a hombros y de inmediato, regreso a tenderme en la mesa del quirófano.

Sin el consentimiento del médico, el héroe sale de nuevo a la arena. Recibe de capa sin mucha movilidad, se nota su desventaja. Durante la faena de muleta, no enmienda, se mete en los terrenos del toro quedándose quieto, traga paquete gordo. A partir de ese momento, los muletazos son lentísimos, las series se van enhilando y culmina con una estocada a recibir que, aunque delantera, ha sido ejecutada con todo rigor. El presidente le da una oreja, pero bien pudieron ser dos.

Al siguiente, apenas lo estaba lidiando con la del estaquillador cuando al toro se parte la mano. No hay nada más que hacer ni para qué. La epopeya se ha cumplido. Después de un combate magnífico, el héroe regresa victorioso a la enfermería. Ahí queda su gesta, ha logrado izar su estandarte muy alto. Digno, feliz, dolorido, se ha batido a sangre y fuego por un sueño y ha ganado. Es el último de mis héroes, por ahora.

 

 
 
 
José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México