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Con todo y el  tesón del matador Serafín Marín y de la sentencia del Tribunal Constitucional que anula la prohibición de los toros en Cataluña, se los brindo: no se volverán a dar corridas en esa comunidad autónoma. No, no es que el que firma el presente texto haya amanecido con su toque cotidiano de negatividad, antes de amarrarse los machos para bajar los pies de la cama y pisar el mundo. Es que sabe, a ciencia cierta, que las consignas antitaurinas, en realidad, nunca pelean por lo que dicen. Me explico, esto de la prohibición catalana es un asunto político y no animalista. Vetar las corridas de toros es darle un golpe bajo a la gran tradición española. Lo de la defensa animal siempre tiene un trasfondo que nada tiene que ver con la protección, como ejemplo, viene al caso, el interés comercial de los corporativos internacionales del ramo por humanizar a otras especies y, por tanto, sensibilizar a la gente que pagará millones de dólares en el cuidado de sus mascotas.

Enarbolar las banderas prohibicionistas es torear a la sociedad por los dos pitones –si chanelan de toros, sabrán lo que digo-. En otra analogía, para ponerlo más claro, prohibir los toros en Barcelona es tanto como que en mi ciudad –Puebla- se vede bailar el jarabe tapatío, porque es de Jalisco.

Están tan dispuestos que, el día de hoy, la sociedad barcelonesa ya se manifestó en la calle gritando que no volverán a la plaza de toros. Además, según el diario El País en su versión electrónica, la alcaldesa de esa ciudad, a tan sólo unas horas de que se dio a conocer la sentencia, ha declarado a los medios que “diga lo que diga el Tribunal Constitucional, haremos cumplir las normativas que impiden el maltrato a los animales”. O sea que la cosa de la sentencia fue como irle a tocar los huevos a un Miura cinqueño.

Dos cosas. La primera, el tribunal restituye el derecho, pero no obliga a que se den corridas. Así que las autoridades de Cataluña pondrán las peras a veinticinco al empresario que se le ocurra dar un festejo. Segundo, el objetivo se ha conseguido después de seis años sin toros, por lo que la sociedad catalana mirara al toreo como una disciplina extranjera y bárbara, a la que no se le debe abrir la frontera, porque dentro de los referentes identitarios catalanes cabe el correbous, pero no la corrida a la española.

Por otra parte, que me perdonen los que tanto se afanan en defender la fiesta. A final de cuentas, ¿qué más da que en Barcelona se den toros o no?. Allá, la tauromaquia estaba finiquitada desde antes de la prohibición y la gente, en su mayoría de fuera, sólo iba a la plaza en carteles verdaderamente espectaculares. Por tanto, digo que el toreo ha de durar lo que tenga que durar. Hasta ahora, contra lo taurino no han podido ni los papas Pío V y Sixto V –¡qué ironía!, para el toreo si hubo quintos malos- ni el refinado rey Felipe V que la calificó como fiesta bárbara, cruel y de mal gusto. Es más, ni siquiera ha podido la gente del toro y sus trampas con las que se afanan porque se acabe y pronto.

Así que nada, voy de aguafiestas, no me sumo a las frases de alegría que se publicaron en las redes sociales. Un mensaje electrónico celebraba: “¡Hoy es un día muy grande para la tauromaquia y para la justicia!”. De acuerdo en lo segundo, la justicia y la democracia deben estar de plácemes con la sentencia del Tribunal Constitucional, pero para la tauromaquia, sólo es un día más.

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José Antonio Luna Alarcón Profesor Cultura y Arte Taurino UPAEP Puebla, México