Nada de miedo escénico, ninguna precaución de más ante el ganado y eso sí, mucho arte. No hace falta decirles que los animalitos estaban a dos meses de cumplir cuatro años, la estampa con kilos, pitacos y morrillo. Parecían toros cuajados con arboladura suficiente para despabilar al más pintado. A su primero de El Montecillo lo toreó con limpieza y demostrando que tiene amplio conocimiento de los terrenos y las distancias. Logró buenos muletazos y a la hora de tirarse a matar, le arreó un estoconazo de pérame tantito, poniendo al de los cuernos a rodar patas parriba. Una oreja por unanimidad.

En el toreo es difícil descubrir un talento que nos encante desde que despliega el capote y nos dice por primera vez, hola buenas soy fulano de tal. Raro es el novillero que en una plaza cualquiera, se limita a hacer bien lo que tiene que hacer. El aguascalentense lo hace sobrado en la arena de la Villa y Corte y con ello quiero decir que a su poco rodaje, canta misa en catedral con maneras de arzobispo. Sin embargo, fue al comienzo de su faena al segundo cuando dejó en claro que será un muletero de relieve y no bajo. Fíjense ustedes: Cerca de la barrera, doblón sentido, estirándose, dominador. Ida y vuelta hasta completar cinco, más dos de la firma y de cerecita en el pastel, el remate con el de pecho barriendo lomo y limpiando cielo. Al término de la magistral serie ya estaba cerca de los medios. Luego, recogió viento en derechazos y naturales con las zapatillas atornilladas en la arena y lo mandó al arrastre con un pinchazo hondo. El público pedía la oreja que no concedió el presidente, dejando al joven artista sin la puerta grande.

Fue un gustazo, ya lo dije. Aunque en el fondo tiene sabor agridulce si se asume lo evidente. Ojalá, no se contamine cuando vuelva, como lo hizo El Payo durante su alternativa en Pachuca. Juan Pablo Sánchez, al igual que Joselito Adame, Arturo Saldivar, Diego Silveti, Angelino de Arriaga, Antonio Lomelín y otros, eligieron el camino duro. Con coraje, entusiasmo, dejando a atrás seres queridos y patria, siendo aprendices se fueron a hacer la España, porque de verdad quieren ser toreros y conscientes de que si se quedaban aquí no pasarían de pericos de los palotes, aunque puede que disfrutando mucho el orgullo de vestirse de luces, y la alegre estupidez de saberse triunfadores en placitas de poca monta, despachando becerretes. Figurones protagonistas de crónicas que sólo sirven para lavar los vidrios o para acumular cagadas en la charola de la jaula de los pajaritos. Viendo, eso sí, su nombre y su foto cuando triunfales den la vuelta al ruedo con los brazos en alto y exhibiendo un par de orejas, momento sublime del éxito apoteósico. Ordinariez de escena repetida cada lunes, sin faltar ninguno, en la optimista sección de toros de los diarios coberos e informapazguatos.