Con esto de aprender a desaprender, uno siente que el tiempo, dinero y esfuerzo invertido en los estudios elementales, fueron a parar a
Podríamos empezar por decir que Guadalupe no era un fuerte, sino una capilla a la que el General Ignacio Zaragoza mandó cavar unas trincheras. No fue, sino hasta 1926 que el gobernador de turno, ordenó se le hicieran foso y murallas para que realmente pareciera un baluarte. O sea, que el campo de batalla original fue transformado en un escenario más acorde con la idea que los turistas puedan tener de una fortaleza. De igual forma, habría que mencionar que no fueron los zacapoaxtlas los que sirvieron de carne de cañón el 5 de mayo de 1862, -los indígenas fueron el primer frente con que se toparon los gabachos- sino pobladores de Xochitlán, Tetela de Ocampo, Xochiapulco y Cuetzalan, entre otros. Rollo y más rollo. Podríamos agregar que cuatro días después del telegrama histórico al Ministerio de Guerra en el que el Comandante informa aquello de que “…las armas del Supremo Gobierno se han cubierto de gloria…” y reclama laureles para los combatientes nacionales, Zaragoza también afirma telegráficamente: “Qué bueno sería quemar a Puebla”. Pues nuestros antepasados estaban de luto y se negaron a aportar recursos económicos. Al final, uno no sabe a que atenerse, porque si después de pocos años, los conservadores viajaron a Miramar por un emperador, los liberales nos vendieron para siempre con los gringos. En este país, siempre se termina por sentirse como rata en quemazón, es decir, sin saber para dónde moverse.
En aquella época, mientras Benito Juárez prohibió las corridas de toros, Maximiliano se aficionó pronto a ellas. El Habsburgo tuvo el privilegio dado a muy pocos extraños a los países taurinos, el de comprender el verdadero entramado que en su interior tienen las corridas. Con ello, conoció que lo de los toros va más allá de un deporte, una lucha y un desahogo sangriento alterador de la multitud que abandona los tendidos para cometer desórdenes. Lo que probablemente sedujo a Maximiliano en las plazas de toros mexicanas, fue una suerte de festejo híbrido que tenía mucho que ver con el jaripeo.
Ahora imagínense el cuadro, el matador Lino Zamora parte plaza. Es un hombre gordo y de vientre inflamado. Además, va embutido en un terno de manufactura casera en el que la taleguilla no es de tela elástica como la que ya se usaba en España, sino del mismo género que la casaca y el chaleco. Los bordados son fachosos y burdos, una mezcla del traje de charro con el de luces. La montera es un gorro patético que le queda chico resaltando sus gruesos cachetes. Se atusa un bigote negro. Le sigue su cuadrilla en iguales o peores condiciones. El paseíllo lo complementan diestros jinetes que intervendrán ejecutando suertes con
Así es que ya ven, los gustos chabacanos tienen un viejo arraigo. Por otra parte, valdría la pena conocernos a fondo y sin miedo liquidar los disimulos. Tal vez, el conocer los hechos en toda su verdad nos ayude a superar bloqueos. Bueno, eso es lo que aseguran los sicólogos.
Profesor Cultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México