Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Jugarse la vida gratuitamente mediante deportes de alto riesgo se ha convertido en moda. Tirarse de un puente a gran altura con los pies amarrados a una liga y resortear en un acelerón de adrenalina; meterse en una jaula que será sumergida en el océano a la que -para decirlo en términos toreros- llegará a rematar un tiburón blanco dando horrendas dentelladas o lanzarse al vacío con un traje especial para desplazarse por el viento a gran velocidad, rozando con el ombligo los picos de los montes y las copas de los árboles, entre otras, son actividades en las que la gente de hoy desafía al destino con una sonrisa a flor de labios.

Por esa moda posmoderna de ponerse en riesgo al grito de que “no vale nada la vida”, frase que viene al punto para el asunto aquí tratado y de la autoría de José Alfredo Jiménez, que no era un hombre sofisticado de la posmodernidad, pero sí, un sabio, ahora, es común que la gente se la juegue por el puro gusto de saberse audaz y atrevido. Gracias a eso, lo de correr los encierros de toros está en apogeo. Cada año, a principios de julio, Pamplona se pone a reventar de corredores de todo el mundo. Correr el encierro es una actividad de una emoción tremenda. Por eso, también, cobran auge los encierros de San Sebastián de los Reyes, Ciudad Rodrigo en Salamanca, y otras ciudades, entre ellas, hace algunos años -hoy, es una pena, ya no- Tlaxcala en México, cosa que no se pudo volver a hacer porque las vigas de madera que cercaba las calles del recorrido, de un año a otro, desaparecieron misteriosamente. Es que en nuestro país, los políticos son capaces de robarle las herraduras a un caballo al galope tendido.

Para el Carnaval del Toro de este año, los empresarios de Ciudad Rodrigo ciudad española de la provincia de Salamanca, han lanzado una campaña preventiva de publicidad con el fin de proteger a los corredores participantes y que sin sangre, las fiestas cobren fuerza: “Si te tomas una “selfie”, te pilla el toro” es la frase enarbolada. Es que este tipo de accidentes han ocurrido en otras localidades. Quedar tendido con un cornadón en el cuello o con la columna vertebral sonando como marimba, puede ser la consecuencia de sacar el móvil para la foto.

Pero, miren ustedes, según el filósofo Guy Debord en “la sociedad del espectáculo”, “todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”. Así, ya corriendo el encierro, sin “selfies” no hay aventura que valga. Uno se juega la vida para contarlo a los amigos en la próxima reunión mientras les sirves whisky con soda y pones cara de Julen Madina, ese vasco que ya murió y que fue un corredor inigualable de los encierros en Pamplona. Pero una cosa es tomar la “selfie” antes o después de que abran la puerta del corral y los toros salgan galopando  y otra, que se sea tan estúpido como para hacerlo cuando se lleva a los cornúpetas pegados a los riñones. A los grandes corredores pamplonicas no se les ocurriría ni estando hasta las orejas de tintorro.

Resulta que en esta época globalizada,  cualquier intrépido de ocasión ve en la tele o en Internet los encierros de Pamplona y sin pararse a pensar que un mozo entrena durante todo el año y se prepara bajo las enseñanzas de compañeros experimentados, decide que él también puede poner cara de duro, amarrarse los zapatos tenis, entornar los ojos a lo Vincent Canelles –otro corredor de lujo- y tratar de encontrar toro. Aficionado como se debe ser en la actualidad a chorrear adrenalina por los poros, lo más seguro es que lo encuentre y que en ese momento, decida plasmarlo en una imagen para la posteridad y sobre todo, para presumir la pantalla en la reunión con los amigos. En ese momento, en cuanto el distraído corredor capta la imagen, el “miura”, el “cebada gago” o el “adolfo”, alucina dos segundos se apunta con sus pitacos puntiagudos y se dispara directo a partirle el pecho. Entonces, la aventurada aventura –capten la ironía de la redundancia- termina con un catafalco y cuatro cirios. Por eso, según el que esto firma, a lo de “si te tomas una “selfie”, te pilla el toro” faltaría agregar un contundente “¡so baboso!”.