Unos aplauden y piden más saña, otros en cambio, claman porque deje de echarles a perder –literal-  la fiesta, pero lo juro por el penacho de Moctezuma, no es mi culpa. Desde hace seis largos años que escribo en esta página y ello me ha permitido acercarme a la zona caliente y no es confortable, como tampoco es pesimismo a ultranza, las cosas cada temporada se ponen peor y si ya es alegre el indio, para que le dan las maracas.

-¡Últimamente has estado repartiendo leña como toro de Dolores Aguirre! -me dice mi amigo Francisco- pegas duro, certero y con la enconada idea de partirle la madre a lo que se mueva.

Lo acepto. Me estoy agriando, pero nada más en lo del toreo. Los aficionados somos víctimas fáciles y la gente del toro, verdugos implacables. Se aprovechan del cariño que le tenemos al ámbito taurino y de lo que veneramos a algunos toreros. Por ejemplo -no están ustedes para saberlo, ni yo para contarlo- mi tía Conchita, lectora fiel, me advierte cada vez que torea el hijo de David:

-¡Escribe lo que quieras, pero no se te ocurra poner nada en contra de Diego Silveti!.

-Pero, es que descarga la suerte en cada muletazo- afirmo tratando de no salir malparado- tanto que el último pase, debido a que ya no hay espacio para descargarla más, lo tiene que pegar por la espalda.

-¡Nada!- la tía arremete leal -¿Qué?, ¿no te emociona la manera como mira al tendido?, ¿no mueve tu corazón su capote de paseo con la imagen de nuestra señora de Guadalupe? No tienes perdón de Dios.

A su vez, por más que releo la biografía de Hemingway, al que el libro de estilo del Star, periódico en el que el premio nobel de literatura trabajó en sus primeros años laborales, recomendara a sus escritores lo de que: “… use un lenguaje vigoroso y sea positivo, no negativo”, no puedo. A usar un lenguaje vigoroso, ¡coño! claro que me aplicó. Pero, lo segundo créanme que lo intento sin ningún éxito, ¿cómo ser positivo en este país y menos padeciendo esta afición a la parodia?.

Lo de mi negatividad tiene tremendos fundamentos. Cuando uno cree haberlo visto todo, por ejemplo: las cuatro comparecencias de Silveti, más lo de Morante y su cuento de los duendes, la falsa despedida de Capetillo, las lidias a becerros anunciados como toros, la orejitis aguda, Armillita cuarto y su alternativa con un novillito, lo mismo hizo Juan Pablo Llaguno, la encerrona insulsa de Zotoluco, las toreras y su corrida de “sálvese quien pueda”, la inexplicable contratación de Pedrito el Capea, el desastre que fue la corrida de aniversario y la cada vez más preocupante ausencia del público. O sea, cuando uno cree que ya tocamos fondo, los del taurineo siempre se subliman con una torpeza que deja chiquita a la anterior.

Como si Rodrigo Santos fuera el encargado de poner el broche de oro a la temporada de petardos, su actuación estuvo colmada de pasadas en falso y de pitonazos a los caballos. Ya se sabe, el rejoneo es como la gestión gubernamental, se equivoca el de arriba y lo paga el de abajo. Hasta ahí habían llegado los despropósitos. Entonces, el horizonte se volvió luminoso y cristalino. Todo lo que había pasado en el serial, pareció que iba a ser redimido. Salió al ruedo el toro de Jaral de Peñas, nada para asustar a nadie, pero era un toro que sirvió a ese torerazo que se llama Fermín Rivera para dictar una vez más su académica conferencia: El toreo es cosa seria y sin concesiones. Como si a partir del primer galope de “Agave azul” -así se llamó el barbas- estuviéramos entrando a la etapa del “borrón y cuenta nueva”, seco, firme y entonado, Rivera lidió con su habitual maestría, su enorme serenidad y su gran señorío, propiciando la inquietud interior de que el espada necesita urgentemente anunciarse en un San Isidro. Luego, los otros dos ejemplares de esta casa ganadera, que además de brava, favorece lidias muy interesantes, tuvieron estampa y comportamiento de toros.

La cosa fue en aumento. Salió el sexto, un cárdeno de Xajay, un toro largo y aceptablemente armado. “Gibraltar” fue un peñón de bravura en las grisáceas olas del atlántico mar de la mediocridad, que fue la temporada grande. Iba y venía de largo, alegre, metiendo el morro en la arena. Sergio Flores, si bien lo toreó rapidito, pudo con él y le hizo una faenota de las que ya nos habíamos olvidado.

La ilusión duró un día. Al siguiente, nos enteramos que se había caído el cartel de la corrida del cerrojazo. Hermoso de Mendoza no actuará en la última de la temporada, noticia que es positiva para los que gustan del toreo hondo y negativa, porque si nos queda una oportunidad de que la gente vuelva a la plaza, esa corre a cargo del rejoneador estellés. Además, se supo que Sergio Flores no había aceptado repetir a los ocho días por no correr el riesgo de ensuciar su triunfo. O sea, pero… si el toreo es riesgo. Dicho de modo campirano: ven la burra reparar y todavía le avientan el sombrero. Frase por demás tan mexicana como el mole y tan clásica como una sinfonía de Mozart.  Miren ustedes,  que buen colofón para una temporada grande llena de desatinos: La remataron con una cagada del tamaño del sombrero de Vicente Fernández.

 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México