Cuando la veamos no dejará de cantarnos: se los diiiije, se los diiije, repetidos y afilados como los del descojonante anuncio de la tele. Sin embargo, es la verdad. Nos lo dijo y muchas veces. A mí y a los otros.

 

Gabriela tenía más de un mes insistiendo en que fuéramos a Guadalajara a ver a los Santa María de Xalpa. Cada vez que nos reunimos y eso sucede los viernes, insistía: cómo ven, vamos al Nuevo Progreso. La última vez que lo sugirió fue hace dos semanas en Tlaxcala al salir de los toros. Al anochecer, el grupo, o sea, mis alumnos del diplomado Cultura y arte taurino, y el que firma, bebíamos un par de copas y ella replanteó la idea. Todos aceptamos que el proyecto valía mucho la pena, pero lo echamos en saco roto. Así que, la lingüista y conductora de radio hizo su equipaje, cargó con su cámara y se largó en solitario.

 

Ahora, con las pupilas llenas y el recuerdo vivo tiene todo el derecho de venir a restregarnos la maravillosa tarde. El azar repartió las cartas y a ella le tocaron los ases de la ganadería. Esos torazos imponentes, cornalones y emotivos que tanto juego dan y que, contradiciendo al dicho, sí tienen palabra de honor. Por lo menos, la fían en su casta y en su bravura que no han rebajado los amos y por ello, continuamente, son premiados. Dicen las crónicas que la tarde del domingo en Guadalajara fue luminosa y cálida.

 

Dicen que Talavante encajó el hola buenas, gusto en volver a verlos, con unas verónicas templadas y luego, se enredó en chicuelinas. La faena de muleta estuvo llena de ramilletes de naturales. Los adornos fueron en estilo barroco con los pases que inventaron Capetillo, Arruza, Manolete y Bernadó. El epílogo lo firmó enterrando tres cuartas partes de estoque y con ello, a la espuerta se llevó una oreja. Dicen que, por su parte, Saldívar arriesgó las femorales con un toro complicado y astifino al que logró arrancarle pases muy emocionantes; que Silveti se extendió en verónicas de paño fino, que también hubo tumbos y pares de banderillas enormes.

 

Dicen que al final, como el título de la canción, hubo tres regalos. Que en su toro, Talavante rindió un homenaje al toreo mexicano con un quite por saltilleras completado con el lance de Gaona. Dicen que a continuación se dio lo de “Potosino”. El gran toro acometía obediente, “tenía motor” y era bravo, claro, noble y fijo. Dicen que Saldívar estuvo a la altura del de Santa María de Xalpa y que lo bordó sin un reproche y con gran clase. Dicen que la plaza era un manicomio.

 

Me alegro por la alumna y por mí también, que es una gloria asistir a la universidad y dar clases, ésta de la cátedra taurina y las otras dos asignaturas. El destino me ha regalado la fortuna inmensa de convivir a diario con los jóvenes. Entran al aula, entusiastas, libres, soñadores, cargados de energía y de fe, como debe ser, y trenzan su vida con la mía.

 

Algunos preguntan por un libro, otros intentan despejar una duda, tienen el comentario agudo siempre a flor de labios y a veces, comparten alguna pena que les quema el alma y que contagia de tristeza. Cuando estoy con ellos y los atrapó con unos versos de Neruda, Lorca o Benedetti, les cuento alguna ocurrencia de Quevedo, repito palabras de Dalí, les relato la hazaña de un torero, o les comunico que las nuevas teorías aseguran que hay que desaprender lo aprendido, porque la verdad es que nos escamotearon el conocimiento, me conmueve hasta la médula su mirada expectante e ilusionada, casi la misma de los niños que fueron hace pocos años. Y ahora, estoy contento por ella. No la secundamos y nos ha jodío la Grabiela. Para el próximo viernes, por un rato largo, tiene la palabra y por supuesto que nos atizará un “se los dije” y además que lo haga recreándose en la suerte.

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

 

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México