Y es que desde el momento de decir hola buenas, el protagonista queretano realizó el toreo de la marca que distingue a los que están en la cúspide. Con “Arte Puro” estuvo sublime templando las embestidas y ligando con mucho ritmo. Más allá del número de trofeos obtenidos queda el enorme valor que El Payo le echó a su segundo. Muletazos de aguante pavoroso haciéndole saber a la concurrencia que había venido a por todas.

La corrida de San Isidro fue mansa, chica, corniausente y a casi todos los toros les faltó una buena dosis de emoción. Fue parchada con uno de Los Ébanos que, como si fuera un concurso, todavía fue más descastado. Ejemplares amables y público amable, la cosa era como para que El Payo se la pasara bomba con los trofeos cortados al pastueño que despachó en el tercer lugar de la tarde. Un bomboncito con las fuerzas justas, los cuernos justos y el tamaño justo; Octavio García lo prendió codilleando en los muletazos iniciales. Fue midiendo la velocidad para templar desmayada la figura en trazos asentados en los talones. Toreo en redondo muy vertical, rematado con pases de pecho al hombro contrario. La faena fue muy pulcra y con un estilo distintivo. De un volapié contundente, el matador dio cuenta de “Arte Puro”. Dos orejas, parecía que la tarde estaba hecha, pero hete aquí que no. Salía el sexto, así que pasara lo que pasara, Octavio García se iba a ir a hombros como el único triunfador. Entonces, sin conformismos y con férrea determinación, que se cala la montera hasta las cejas y que se desprende del burladero para recibir al morucho. Una larga cambiada, luego, chicuelinas. La faena de muleta la inició en los medios con electrizantes pases cambiados por la espalda, como un poste, los pies clavados en la arena. A la hora de oficiar en redondo aunque el toro no quería El Payo sí, por lo que encelándolo con las piernas obligó a pasar al manso. Dispuesto, seguro, deseoso de agradar, con la codicia que le faltaba al toro, el coleta se dio un arrimón de susto; bueno, no tanto porque el calado y mueble de “Embrujo” no espantaban mucho. Derrochando entrega, valor y conocimiento el diestro acabó con el morito.

En cuanto a Cayetano Rivera Ordoñez nos dejó un estupendo sabor de boca. Recibió con largas que extendió barriendo despacio la arena. Al momento de presentar credenciales con la muleta, hizo patente la casta de toreros de la que procede. Miguel Espinoza Armillita, a su vez, estuvo en ridículo y sólo vino a pegar un petardo de paga y vámonos. Yo no sé. Si tanto se quieren los miembros de las dinastías, por qué no se invitan a comer a sus casas, se sueltan unas becerras y no nos pasan la factura a nosotros los aficionados. En cambio, el joven torero rubio nos encandilaba con su muleta tersa y su entrega quijotesca. A derechazos y naturales nos decía mientras los pitones le rozaban los alamares, que siempre hay héroes solitarios, sorpresivos, dispuestos a jugársela a una carta por un sueño, por un ideal, por una mujer, por cualquier causa.

 

 

 

 

 

 

Desde Puebla (México), el apunte de José Antonio Luna