Teto, mamón y, en el mejor de los casos, dogmático. De todo me han dicho porque soy de los que piensan que a la plaza no va uno a divertirse, sino a reflexionar. Es que afirmo que en la verdad de los toros, está en parte, la verdad de la vida. Por eso, cuando las corridas se ven sumergiéndose uno en sus profundidades, siempre nos dejan rumiando. En la del sábado pasado, en El Relicario, el rito fascinante y trágico, como siempre, nos permitió asomarnos a algunos misterios de la condición humana.
 
 
Por decir algo, una actuación de Uriel Moreno El Zapata deja en firme que la valentía, la perseverancia y el profesionalismo, al correr de los años, terminan por convertir a quien los profesa en el número uno. Él lo ha conseguido a cornadas y con un par.
 
Carrera larga y difícil que paso a paso lo convirtió en el diestro que actualmente más torea en nuestro país. Según salta el naipe de la baraja, a la arena sale un toro cárdeno, cornalón y fuerte. Es, sin duda, el más grande del encierro. Con dos orejas cortadas en el que abrió plaza, va Uriel y en su segundo turno, el aquí estoy lo declara con unas verónicas. Luego, lo banderillea con lucimiento. En el tercer par, ganándole la cara se entrega y sale victorioso. La faena de muleta esforzada a cada trazo dio comienzo con unos doblones barriendo la arena con el trapo. Exprimió todos los pases que el animal traía adentro. Al verlo triunfar cada tarde, uno sabe que tenaz, recio y varonil, ahora el hombre es la primera figura de México.
 
 Por su parte, Mari Paz Vega nos enseñó que, a veces, las apariencias no engañan. Vino desganada. No desplegó el trapo ni para bordear por el litoral el cabo de Poca Esperanza. Al quinto de la tarde, con una cachaza de paga y vámonos, mandó al subalterno Sergio González a que se afanara con todo el quehacer. Por si eso fuera poco, a la hora de la pica se hizo ojo de hormiga con el de a caballo, aunque suponemos que había órdenes precisas, la cosa se puso de oferta: ocho puyazos por el precio de uno. Por supuesto, del peto el toro salió muerto en pie. Al final, con la sarga conmovió a los más simples. 
 
No me voy a ensañar con él, porque es mi amigo y porque un día vamos a escribir una novela juntos. Así que, aunque sea costumbre de este columnista tirarle a lo que se mueve, hoy no me rasgaré las vestiduras, precisamente, porque él no se mueve clavando las zapatillas en la arena, cuando se trata de aguantar el violento vendaval que es la acometida de un toro bravo. Aunque el sábado se haya equivocado, Jesús Luján es un torero y como tal, un héroe solitario y éste, es de los que siempre dejan algo y uno no se va de la plaza como si no se hubiera visto nada. Me estremecí en los adentros y lamenté por él, que perdiera la papeleta.
  
Finalmente, de luna a luna, Luis Francisco, aspirante a novillero -en Puebla, los empresarios están poniendo de moda que abra los festejos un aprendiz- por los lazos que nos unen, lo que hizo en el ruedo me empañó los cristales de los anteojos. De rodillas frente a la puerta de toriles recibiendo a porta gayola o con alguno que otro derechazo y natural muy bueno entreverado en el manojo, estaba manifestándome que durante la niñez y la adolescencia, en silencio, musitó soñando despierto algunos conceptos: Ser gente, poder con el toro, valor, temple, sitio, dignidad, plantar cara y vergüenza torera, entre otras cosas que habrá oído de mi boca y que sin darme cuenta se le metieron en las venas. Por todo ello, no sé si me he explicado, una corrida más que divertir, a mí, me deja para pensar un rato largo.
 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México