No se necesita observar las vueltas de la encornadura, ni la bolsa testicular, mucho menos la aplicación de conocimientos relativos a la conducta adulta del animal; para reconocer la edad, peso y trapío de lo que corretea en el ruedo, únicamente basta con advertir el desconcierto y las espanta’as de la torería. Desde luego, como en toda regla que se precie, se cuenta con las excepciones, la del maestro Alberto Preciado que es un auxiliar de oro cubierto de plata y la del peón español Francisco Manuel Robles Lozano que está acostumbrado a plantarle cara a animales de mucho leño y gran calado. La espléndida lámina del Saltillo campeó el domingo sobre la arena de la Plaza México. Como eran toros-toros y las cuadrillas no están acostumbradas a vérselas con ellos, las intervenciones fueron desastrosas, naufragando en el mar de la cautela y la incompetencia. La tarde se fue entre desarmes, pasadas en falso y rejoneo a pie ante la impecable presentación del encierro de Xajay. Los subalternos no pudieron dominarlos ni para pretendidos, innecesarios y ventajosos pares a la media vuelta. El pavor barría la arena, tanto así, que un capote quedó tirado en los medios y allí estuvo un buen rato sin que ningún acomedido se atreviera a levantarlo. Ante la concesión, el burel manifestó ese comportamiento natural y ya olvidado por los aficionados, el de la querencia junto a lo que ha hecho presa.

Por lo finos, armoniosos y amueblados, todos los Xajay lucieron cabezas como para adornar cantinas. Otros puntos a favor de los cornúpetas fueron la fuerza y la casta. En su mayoría requirieron dos o tres puyazos, asunto también desempolvado en la memoria de los concurrentes. Sin embargo, lo anterior no se aprovechó en tercios de quites. Los matadores apáticos los dejaban bajo el estribo o los pasaron crudos, lo que les complicó aún más su incierta comparecencia. El toro con más de cuatro pastos pone a cada quien en su sitio. Los de la reciente corrida en la plaza más importante de América –y no hablo de Guadalajara- no fueron sinodales tan complicados, sólo eran toros de verdad. Pero como a nuestra torería no le ha caído el veinte de que en esto de la carrera de la coleta y la espada, hay que dejar los atajos del novillito engordado con el fin de conseguir la preparación suficiente, para tardes en que sea imprescindible acometer una hazaña. Los diestros nacionales pagaron la factura que les da su poco rodaje frente a ejemplares maduros. Fernando Ochoa se desdibujó con sus dos encornados colaboradores y escuchó el riguroso reproche de los gritos ponderando al toro. Pepe López no tuvo ni idea y corrió muy serio peligro, por la irresponsabilidad de su administración, que lo manda a la guerra sin fusil. Juan Bautista, que sí tiene la experiencia de vérselas con tíos de edad, salió bien librado, aunque sin meter pelo en la espuerta.

A pesar de que no hubo triunfos, no nos aburrió el tedio. 7 toros 7 obraron el milagro de reconciliarnos con nuestra maltratada afición. Cada vez que se abría la puerta de toriles, olvidamos broncas y rechiflas para disfrutar el emocionante espectáculo ofrecido por el animal más bello de la creación en plenitud y a galope. La corrida “entipada y maiciadita” de Xajay, sin que pasara nada extraordinario, se encargó de destrabar nuestros anquilosados resortes emocionales.

 

 

 

 

José Antonio Luna