Aquí la cosa es diferente y hay que apañárselas como Dios te da a entender. Nada de grandes brillos ni magnificencias. De hecho, las espuertas y los fundones -en la mayoría de los casos- no completan todos los avíos. Es singular la conferencia de mozos de espadas en el callejón:

 

-¿Ya te dijo fulanito, que si se necesita, me prestes la espada de descabellar?. Se asegura un ayudante, por si acaso las malas artes de su matador vuelven de piedra lo alto del novillo, que tardará en doblar más de lo prudente.

 

– Sí, pero no traemos ayudado –contesta el otro- así que de favor, ustedes rolan el suyo.

 

Mientras tanto, los novilleros vestidos de prestado y oro, o de luido con pasamanería en negro, aguardando su turno, sonríen ilusionados y nerviosos. La ocasión ha llegado y algunos de ellos la esperaron durante mucho tiempo. Ahora sí. La nueva empresa de El Relicario, en la ciudad de los Ángeles de Puebla, cumpliendo lo prometido, les ha dejado ver pitones después de un desesperante letargo y el sábado pasado, a la hora taurina, seis aspirantes al título de matador de toros, garbosos han partido plaza.

 

Cuando se tiene el ojo adiestrado, es profundo el ejercicio humanista de asistir a una novillada de oportunidad. La colección de sueños es edificante en sus aspectos más diversos. Las ganas de ser torero no se mueren ni después de quinientos frentazos. Los novilleros podrán renegar de su suerte y hasta de ese Dios, que les ha desairado las oraciones con las que  piden un torito a modo, ese que en las orejas traiga parné y gloria, pero ¿claudicar?, nunca. Cada uno de ellos, con la fe renovada, ha dejado un altar colmado de cristos, vírgenes y santos en la habitación donde se ha vestido. Al llegar al patio de cuadrillas, lo primero que han hecho ha sido dirigirse presurosos a la capilla. La fe se renueva con la más remota de las posibilidades y si se mira bien, la ilusión, vestida de luces, también está indemne.

 

Entonces, uno se solidariza con ellos y “ojalá”, se convierte en la palabra de la tarde. Ojalá, les embista un toro. Ojalá, lo borden y que la vida les bese en la boca. Ojalá, que coincidan con el apoderado cazatalentos que va a la plaza olfateando osadías y maneras. Ojalá, la fortuna les dé el empujoncito que los convierta en el novillero estrella y después en la gran figura del toreo, a mis amigos, a los demás, a cualquiera de ellos, a todos. A fuerza de repetirse, en el inventario de esta tarde de toros la interjección que los árabes sembraron en España: “law sá lláh”, “quiera Dios”, cobra un vigor enorme.

 

Observo a estos y me acuerdo de otros, todos son el mismo novillero que he visto esperando el golpe de la buena suerte.

 

Siempre están seguros de ser ellos los elegidos entre otros mil que fracasaron. Un merengue bueno y quedarán atrás todas las humillaciones y todos los desencantos. La corrida se está apagando y como rescoldos nos quedan el oficio de Gustavo García El Solo, las verónicas de Pepín Vega, los doblones de Michel Mata, los derechazos de Pedro Moreno, la faena completa de Hugo Carreón y los pares de banderillas de Eduardo Ponce. Son muchachos que en vez de pretender ganarse la fama con melenas, cancioncitas y brinquitos, en su imaginación todavía conservan sueños obsoletos de héroes.

 

Persiguiendo sus quimeras te los encuentras en ganaderías y festejos de pueblos olvidados, con su andar bizarro de torero grande y los ojos obnubilados con el sueño de ser algún día como José Tomás. Si confían en ti, te lo cuentan: Un anochecer de púrpuras y girones de nubes anaranjadas, los aficionados me sacarán a hombros de la Maestranza de Sevilla y las mujeres me regalarán claveles rojos y Joaquín Sabina me escribirá versos. Ojalá. Mientras eso llega, conmovido con sus afanes y viéndolos tragar paquete, yo, como una letanía sigo repitiendo esa palabra de la que dice el diccionario, denota un vivo deseo de que suceda algo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México