El aspirante a la alternativa salió a resolver la papeleta con una tremenda seguridad. La novillada de Alcurrucén parchada con otros ejemplares de Lozano Hermanos -que según creo, es lo mismo- era muy seria, de gran calado y mucho mueble en la cabeza. Anda Arturo muy echado pa’delante, y sobrado de moral y confianza en sí mismo, lo que hace que demuestre sus notables avances en el oficio. Que en eso, su trabajo habrá tenido el maestro Juan Cubero. No en lo de enseñar a un niño a torear, asunto ya de sí complicado, sino en lo de borrarle de la mente los prejuicios que de este lado del mar nos pesan tanto. Vean si no. La plaza más importante del mundo, la que da la gloria y quita el sueño. No fue una noche de turistas, ni espectadores de ocasión, sino una comparecencia ante los duros juicios de los cabales. Los moruchos, ya lo dijimos, estaban como para despabilar al más sereno. Por si fuera poco, la función fue final de concurso, con el objetivo de definir al triunfador del serial. Pero el torero mexicano vestido de azul purísima y oro, hizo el paseo con la naturalidad sobrada de un maestro. Y bastó que largara trapo en unas verónicas cadenciosas para que Las Ventas espetara el olé bronco que le da su impronta. Le tocaron en suerte los dos peores del encierro. Sin embargo, el chico iba tan decidido a todo, que impuso su sino torero cada vez que pisó la arena contagiando al público.

 

 

Su primero se rajó nada más tragarse unos estatuarios. Se quedó parado y ya no hubo novillo. Una estocada de buenas hechuras dio como resultado que la concurrencia lo llamara a saludar en el tercio compensando su tenacidad y decisión. El quinto no valió un clavo, pues sin casta ni bravura fue un mansurrón de libro. Con un repertorio muy variado, Saldívar participó en todos los quites a los que tenía derecho, navarras, gaoneras, crinolinas y más, fueron el hermanamiento de la técnica con el arte, y del valor con el buen gusto.

No cortó orejas, pero fue uno de los triunfadores del serial y será contratado para la feria de otoño. Lo de Saldivar, más allá de una ilusión hecha realidad, habla de otras cosas. Dice que si se sueña con vehemencia, si se trabaja con disciplina y el día crucial te plantas como un hombre, lo conseguirás sin duda. Me gustan tipos como este. Ahí queda. Aún no se ha vuelto  -ojalá nunca se vuelva- un comerciante de la muleta, de esos que medran con la ingenuidad ajena. Por eso, cada tarde se cala el terno con la misma decisión con la que lo hicieron sus ídolos en las ocasiones cruciales. Tal vez porque apenas ha dejado de ser niño, tal vez porque aún conserva intactos los ideales, o tal vez  porque tuvo un profesor leal e inteligente que lo alentó a creer en sí mismo, mucho más allá de los prejuicios.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                       Desde México, José Antonio Luna