Deberían anunciarlos como el medicamento infalible que son contra el tedio y lo intrascendente. Fue una tarde de regocijo. Un homenaje a la bravura y también, al buen estilo. La corrida se anunció mixta, así que primero, salió un novillo de De Haro que fue muy bueno. Se arrancaba de largo y llegando a la reunión metía la cabeza abajo, a su vez, era fijo y obediente al cite. La contrariedad fue que, además de ser destinado para rejones, el jinete no ha domado bien los caballos por lo que le pelearon en las bridas, rehusaban a acometer y hacían ascos al sentir de cerca al novillo. Por todo eso, Luis Pimentel estuvo fatal. Las cabalgaduras fueron alcanzadas en casi todos los encuentros. No le destriparon tres tordillos, porque en la actualidad, se estila que a los toros para rejoneo les serruchen los pitones una exageración y estamos a diez minutos de que los maneen, pues si para mayor seguridad de caballos y caballeros, se les mutila impidiéndoles que peguen cornadas, ya entrados en gastos, también se les debería dificultar en grado máximo que galopando den alcance al caballo. Por su parte, Alejandro Lima El Mojito, que iba de sobresaliente, a golpe de chicuelinas, nos acabó de demostrar lo que valía el novillo.

El de De Haro ya había puesto en alto el listón de la buena casta, cuando con toda solemnidad apareció un primo suyo, un adulto, el primero de Tenexac, un toro cárdeno hecho y derecho. Impecable la estampa, de gran morrillo astracanado, bien puesto y hondo. Al momento en que lo vimos entrar al ruedo,  de golpe recordamos que el toreo es arte emocionante y empezamos a levitar y no dejamos de hacerlo en toda la tarde. El toro pasaba muy lentamente, con buen estilo. Federico Pizarro lo toreó bien, pero lo pudo haber toreado mejor. Si quieren leer cosas como que el diestro cumplió, estuvo voluntarioso y demás, lean otro portal, que éste trata de ser lo menos decadente que se pueda.

El segundo torazo, igual de entipado en lo de la casa, nos trajo a la memoria que la bravura no consiste en la vulgaridad de reuniones intrascendentes y repetidas hasta el cansancio de toritos que pasan y no dejan nada, sino que la embestida verdaderamente brava, es mágica, cadenciosa, sinfónica. Jerónimo, del mismo modo, lo toreó bien, pero confundió la Heroica de Beethoven que interpretaba el toro, con el bolero del cubano César Portillo de la Luz, Contigo en la distancia y al terminar el pase, lo echaba para afuera. Igualmente, el diestro pudo estar mejor.

Cada vez que salía un Tenexac, aplaudíamos nada más de verlo. Es que no hay nada más gratificante que ir a los toros y que lo que salga por la puerta de toriles sean toros, como no hay nada más grotesco que ir a los toros y que lo que corretee por la arena sean becerrines. El tercero sirvió para escribir poesía y anotar versos a lo Manuel Benítez Carrasco,  “…cornadón de rabia/ burladero al aire”…” Ese armatoste de tablas que apenas cargaban entre cuatro empleados de la empresa, el toro lo enganchaba desde el suelo y lo traía entre los cuernos como un papel. Había que banderillear al merengue y como las cuadrillas de a pie toda la tarde se dedicaron a hacer trampas y a pegar petardos, Angelino mandó se tapara todo el mundo y con las jaras en una mano, tomó el percal y enojado dio unos capotazos de “miren, así se hace” poniendo al toro y después, adornándolo con las gladiolas. Un cucurucho de tela rosa en el tercio fue testigo de cuarteos y quiebros bien ejecutados.

Cuarto y quinto de lidia ordinaria, siguieron completando el muestrario de trapío y uno fue mejor que el otro. Apareció el sexto, casi ensabanado. En las verónicas de José Luis Angelino –que, asimismo, estuvo bien, pero pudo estar mejor- el toro notificó que además de ser bravísimo, metería la cabeza muy abajo. La media belmontina de remate fue superior y el torero tuvo la lucidez de apreciar al barbas y dejarlo lejos del caballo.

En el juego del toreo no hay nada más hermoso que una arrancada de largo recibida en todo lo alto por un bizarro picador. El de Tenexac metía la cabeza empujando con fuerza, mientras el hombre apretaba el brazo. Por un momento, el grupo quedó inmóvil deteniendo el tiempo a fuerza de dos voluntades que chocaban. En el quite, Angelino, ante lo nostálgico de la estampa, decidió que era imprescindible rescatar el pasado y corrió el toro a una mano. Luego, vinieron ramilletes de redondos por la derecha y por la izquierda que se fueron apagando poco a poco, hasta que las cenizas cárdenas se extinguieron en el ruedo.

Estábamos en San Miguel Contla, Tlaxcala y parecía que desde ahí, conmovidos, encantados, reflexivos, felices,  nos podíamos asomar al gran teatro del mundo. La tarde, en cuanto al cielo, cambiaba de imagen y se pintaba rubia, luego, de morena y viceversa, dejándonos empapados y secándonos y luego, volviéndonos a mojar. Al fondo del horizonte, la Malinche recién lavada era una invitación para irse al campo.

Salimos de excelente humor. Es que cuando a la arena saltan toros de verdad y auténticamente bravos, a los aficionados nos invade un gozo incomparable. No sé, tal vez, sea como sacarse “los melates”, recuperar la salud, celebrar una reconciliación o firmar la paz en una guerra, que viene a ser lo mismo. Por eso, a partir de ahora, en los carteles que anuncien ejemplares de don Sabino Yano, ya no se pondrá lo de seis imponentes toros, ni soberbios, ni más fanfarronadas, tan sólo los pregonaran así: ¡Remedio infalible y perdurable contra la decepción, el tedio y la tristeza!, 6 Tenexac 6. Frase que, cuando sea el caso, igual, dirá De Haro.

Imagen: José Mª Fresneda Moreno 

 

José Antonio Luna Alarcón
Profesor Cultura y Arte Taurino 
UPAEP 
Puebla, México