Te voy a regalar un hombre”, así, a las bravas soltó la surrealista Leonora Pini a María Félix, mientras le pintaba un retrato. Lo cumplió cabal. Le regaló a Jean Cau. Transcurría 1954 cuando los presentó. La actriz mexicana y el escritor francés se enamoraron de inmediato. Ella era ya una verdadera celebridad y la película Enamorada se exhibía con gran éxito en las salas parisinas. Incluso, la prensa gala desplegó a ocho columnas la noticia del arribo de la estrella  con un: “La enamorada está en París”. Por su parte, el novelista se encargó de pasear a María por los lugares de moda y de relacionarla con todas las luminarias que en aquel entonces se encontraban en la Ciudad Luz. Entre otros, con Salvador Dalí, Pablo Picasso, el diseñador Christian Dior y, por supuesto, el filósofo existencialista Jean Paul Sartre, del que Cau era secretario. Por cierto, la Félix nunca simpatizó con el pensador ni con su mujer, Simone de Beauvoir. Decía de ellos que eran unos pesados, pretenciosos e insoportables. Es decir, no podían caerle bien personas que tuvieran cosas tan marcadamente en común con ella.

Jean Cau era el niño mimado de la intelectualidad parisina aunque en aquella época, sus grandes triunfos aún estaban por llegar. Novelista, periodista y dramaturgo, profesaba una enorme afición a los toros. De hecho, Las orejas y el rabo, Vida y muerte de un toro bravo, Matador, Toros, Por Sevillanas, son obras taurinas que serían publicadas en la década de los sesenta. Por su parte, ya sabemos que a María Félix lo del toreo le encantaba y en México era frecuente verla en barrera de primera fila junto a la pareja de turno, Agustín Lara al punto. Incluso, hay quien habla de una relación furtiva con el Matador Luis Miguel Dominguín

Hoy escribo de María Félix porque ella, con su ceja levantada, su pelo negro cayendo sobre los hombros, sus ojos inmensos y su prepotencia brutal, me gusta, y la incluyo en mi lista de las mejores obras del domingo bíblico, o sea, la escena aquella de la costilla y el soplo divino. También, este artículo se debe a que por estas fechas se conmemora el centenario de su nacimiento. No sé si alguna vez, María Félix y Jean Cau viajaron a Bayona o a Nimes, o tal vez a Arles a ver toros. No encontré fotografías de los dos en la plaza, pero sí los imagino tocando el tema, pues seguramente cada uno sabía de la enorme afición del otro. Al caso, debemos recordar que Jean Cau no era un extranjero en el tendido si consideramos que los franceses, en su país, ven corridas de toros más formales y serias que las que vemos nosotros los que vivimos en países taurinos hispanos. Incluso, en Francia hay suertes, como la de picar, que se realizan con más rigor que en la misma España.

 

Volviendo a la historia de amor, eran tiempos en que las cosas se decían a poema limpio y así, Jean Cau escribió a María Félix unos versos, mismos que tiempo después, el guitarrista y compositor Francis Cabrel les puso música y bautizó como La quiero a morir. La canción ha sonado en las voces de incontables artistas entre otros, Raphael y más recientemente Shakira, pasando por Jarabe de Palo, Alejandro Sanz, Marc Anthony y otros. La Doña decía que quien la tradujo al español nunca alcanzó la sublime belleza de los versos en francés. De todos modos, la pieza es conmovedora. De aquel intenso y fugaz amor nos quedó este regalo precioso. La canción la encuentran en Internet, comprueben una vez más, lo que produce la belleza espléndida de una mujer y la inspiración de un escritor cuando en este cauce que llamamos vida, los ríos de su pasión confluyen cargados de un amor incontenible, entonces, convertidos en semidioses dan con las claves ocultas de la existencia y generosos revelan los secretos que estaban en el fondo de sus ojos y dan a conocer las palabras de amor que vibraron en sus silencios.

 

 

José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México