Inevitable pensar que en nuestro México los que ostentan el poder, no conocen la corrección ni para vestirse. Pero volviendo al punto, a pesar de las campañas antitaurinas, de los oportunistas a los que les ceden un micrófono y se ponen a espumear mala baba en contra de los toreros, y de tantas opiniones ignorantes, la infanta doña Elena de Borbón se ha vestido de luces. Admirable el buen gusto con el que se ha arreglado de torera. Un orgullo para todos los que amamos entrañablemente la tradición de lidiar toros. Elegancia en cada uno de los detalles. Tocado goyesco, incluida la redecilla emblemática. Finísima casaca de luces en tonos de gris y plata con golpes en rojo. El vestido era un capote desplegado.

Como resulta que hoy no tengo cosa mejor que contarles, aunque de último momento me entero que debido a las aglomeraciones para entrar a la Plaza México durante los últimos tres domingos y dado que la selección más mediocre del planeta -ponte la verde- no me explico en que malas artes y perdiendo como es su costumbre, se coló a los octavos de final del pan y circo llamado Copa del Mundo, el Doctor Herrerías calculando que no habría lugar para tanto aficionado, ha decidido suspender hasta nuevo aviso los fracasos y petardos de los chicos que conforman el elenco novilleril. Por todo ello, opto por la ruta que les gusta a los que leen las revistas del corazón. Boda de la princesa Victoria de Suecia. Cuento de hadas para un afortunado que además de caer en blandito se lleva en ancas a la princesa europea más bella desde los tiempos de Eugenia de Montijo. Que por cierto, otro listo, al que hay que sumarle lo presuntuoso, llamado Napoleón III se llevó en su tiempo. Volviendo a Estocolmo: nobles, soldaditos, coronas, carruajes, flores, plumas y pechos tapizados de medallas, daban realce a la lista de invitados pletórica de grandes personalidades y, desde luego, contando con casi todas las casas reales del mundo. Ahí, la infanta Elena hizo su aparición espectacular, garbosa, natural y muy elegante. Se ha llevado la tarde. Su atuendo era un viva España y vivan las corridas de toros. A cada paso que daba, de los vuelos de su vestido salía una verónica a lo Curro Romero.

La infanta ha enarbolado el estandarte del apoyo aristocrático al toreo. Ella es quien representa a la casa real en las corridas de Beneficencia y también se le ve en las de postín. Heredó la afición de su padre, que a su vez lo hizo de su madre, la buena condesa de Barcelona. Ahora, la hija del rey, con valor espartano y sin esa intención –supongo-, abrió la puerta al descontento de todos los que quieren darle aire al oficio de lidiar y matar toros a estoque. Los espacios cibertelevisivos ya empezaron a rasgarse las vestiduras y algunos hablan de la falta de tacto. Pero los aficionados a los toros valoramos el gesto, la infanta es de una pieza y no le gustan las medias tintas. Olé su Alteza, que se veía Usted muy guapa. Ahora, sentarse a esperar. Antitaurinos al ataque. De ese vestido maravilloso, los anales de la estupidez internacional tendrán mucha tela de donde cortar.