Llevo varias corridas que tecleo con ganas de aplicarle una purga a la tauromaquia mexicana y maldigo a diestra y siniestra. Para ser exactos, desde que empezó la temporada grande. Es que el serial parece un concurso con el fin de saber quién es el campeón de la poca vergüenza. Mi terapeuta me recomienda que atienda más a las cosas buenas y que deje de blasfemar en arameo. No puedo. A pesar de que los lunes acudo puntual a mi cita con el fin de que me vuelva a poner en sincronía con el universo de lo positivo, los efectos de las corridas dominicales son devastadores y me quedo con las ansias desaforadas de darle lumbre al asunto y que se acabe éste cachondeo. La única grandeza que conserva el toreo de nuestro país, está en la manera de cagarla.

El domingo pasado, como ya es pésima costumbre, los tres espadas fueron llamados a saludar en el tercio. Díganme ustedes, ¿qué hazañas recientes han acometido cualquiera de la tercia como para recibir una ovación de bienvenida?. Ninguna, sin embargo, es un indicador de lo barateros que somos los espectadores nacionales. Ya sé que técnicamente no tiene nada de malo, pero no cuadra, como las ancianas que en una gira abrazan a Peña Nieto.

Arturo Macías El Cejas con una parsimonia tal que te figurabas que  iba a detener la caída de los precios del petróleo, se fue a recibir de rodillas en los medios. Se tomó su tiempo en llegar y extender el capote en la arena, otro lapso en hincar las rodillas y persignarse y luego, cuando salió el barbas, ¡nada!, a pegar el lance de Iker Casillas, es decir, trapo por un lado y torero aventándose al otro. Luego, sí, se fajó en tres largas cambiadas en los medios casi con toda la valía del mundo, casi, digo, por el pequeño detalle de que el de abrir plaza parecía novillo.

Tan acostumbrado está El Cejas al toreo pueblerino de relumbrón -mal que aqueja a casi toda la torería nativa – que en su segundo, cuando vio que por el camino serio no conmovería ni a los niños de un orfelinato, optó por la charranería. Es el colmo que pretenda vender faenas que son de un mal gusto tal, como traer cortaúñas en el llavero. ¡Manoletinas de rodillas en la Plaza México!, pero si aún no ha llegado la hora de que el público de ese coso las tolere, si bien, es verdad, faltan como cinco minutos, pero falta.

Talavante fue a lo suyo, o sea, a pegar pases sin ton ni son. No le salió el toro a modo. De hecho, no le salió ningún toro, sino dos cuadrúpedos con estampa de novillos. Además, eran a contraestilo y resulta que en esta posmodernidad en la que priman los especialistas y sus especialidades, pues, el extremeño se fue en banda y se empleó un rato sin sacar nada en claro.

En lo que toca a Juan Pablo Sánchez, es un buen novillero que ya está listo para la alternativa, no sé si capten el sarcasmo. La cuchillada trapera se la dio a la tauromaquia cuando con su segunda orejita totalmente inmerecida y protestada por el público, aceptó salir a hombros. La colocación de la espada delantera y caída fue un indicador fehaciente de que no se merecía el premio.

Los seis bovinos de Campo Real, unos más y otros menos, fueron descastados y débiles. Queda la última parte de la temporada, visita de José Tomás incluida, para que salgan encierros con edad y trapío, pero es más factible que en el Oxxo abran la segunda caja, a que por la puerta de cuadrillas de la Plaza México aparezcan toros-toros.

Me he despachado a gusto, hasta aquí con el ejercicio terapéutico de escribir mis males. La literatura es hija de la decepción. Todo por evitar una úlcera, aunque sé que es inútil, pues apenas está por empezar la campaña del señor que cambia espejos por oro, quiero decir que habrá embustes de Pablo Hermoso hasta en la sopa. Volviendo al punto, considero que los toreros deben lidiar y matar toros, si no lo hacen sólo aparentan. La nuestra es, según Guy Debord, la sociedad del espectáculo, en el que: “Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación”. La tauromaquia es un páramo en el que los matadores han declinado el ser por el parecer. En esto y en otras muchas cosas corren los tiempos de la apariencia y de la banalidad total.

 
 
 
José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP  
Puebla, México