“Pero esta civilización, que ha mejorado nuestras viviendas,
no ha sido capaz de mejorar a los hombres que las habitan.
Ha construido palacios, pero no le ha sido tan fácil
crear nobles y reyes”.
Henry David Thoreau

Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Tal vez, mi contacto diario con jóvenes me hace pensar en ello; me pregunto con enorme pesar, cuántos sueños en ese momento se estaban yendo al carajo. Cuántas ilusiones morían allí, delante del burladero y de frente a los aficionados que en pie aplaudían a los toreros. Cuántos kilómetros corriendo muy de mañana para hacer piernas, cuántos esfuerzos, cuántas horas de ensayar el toreo; cuántas noches de insomnio anhelando la tarde gloriosa, cuántas heridas y varetazos recibidos.
Ha terminado la corrida y los toreros se despiden. Varea, en corto, comenta algo con su cuadrilla, de inmediato, dirige la mirada al callejón y resuelto se encamina a él. Venga ya, de una vez. Se desprende del grupo y saluda al presidente, la torería lo envuelve de nuevo y argumentan. Algo raro está pasando. En la mano lleva unas tijeras y entonces, lo comprendo todo. Se acerca un hombre, supongo que es el apoderado, trata de arrebatarle las tijeras, pero Varea lo esquiva y se arrima al burladero, le entrega las de cortar a una persona y dándole la espalda se toma el añadido y lo ofrece, que se acabe todo de una vez, que le corten la coleta, la cosa ya no tiene sentido. La gente que ha comprendido el drama que acontece le grita que no, Varea, no, por Dios santo. El matador ya ha dejado atrás al hombre que en su mano aprieta el símbolo sacral de la profesión torera. Varea saluda una vez más al presidente, el semblante adusto, se despide del público y se marcha sin mirar atrás, está vez para siempre. Mientras tanto, el pasodoble suena ajeno a la tristeza de lo que sucede en el ruedo.
Imaginen ustedes cuánta congoja, cuánta amargura y cuántas decepciones, sinsabores y desencantos habrá guardado en la espuerta, que más que capotes y muletas van cargadas de las mezquindades de otros, cosas por las que renuncia a vivir de lo que era su pasión, el sentido de su vida. Se va, me digo, porque, más allá de lo truculento que es el negocio de los toros, él se sabe un ser único y valioso. La reflexión que lo llevó a jugarse la vida en las arenas, es la que, ahora, sea por un petardo o por decepción, le reclama que eso no va con su proyecto de vida. Es, me afirmo, su dignidad exigiendo un destino trascendente, un proyecto de vida personal y un proyecto profesional dignos.
Lo pienso, porque eso es lo que digo a mis estudiantes: No permitan que nada ni nadie atente contra su dignidad, siempre sensibles a sus sueños, respétense a sí mismos. Pienso en Varea y reconozco, antes que el torero, la persona es lo más sobresaliente del Universo.Trascender es sobresalir, alcanzar de una forma u otra algo que está fuera de los límites que imponen la ambición, la fama y la gloria del toreo. Ya es tiempo, nunca como en el siglo veintiuno hemos ignorado lo que en verdad es el ser humano. Mejor irse, la libertad tiene un precio, hay que ser libres para ser libres, y si queremos ser mejores, coraje, hay que pagarlo. Lo escuché de un filósofo, lo que violenta la dignidad destruye la integridad del hombre.
Puedo cerrar diciendo que muy pocos mecen las verónicas y recogen trapo a la cintura como lo hacía Varea. Decir también, que es un diestro con mucha personalidad y muy clásico, que su gesto contribuye a la grandeza del toreo, pero, ante la decisión de un hombre joven que renuncia a su vocación, esas son paparruchadas. No sé si me entiendan, estamos hablando de señorío. Se va un buen matador de toros, cosa que es una pena, lo único que puedo agregar es que la persona no tiene precio, tiene dignidad. Eso, lo entienden pocos.