Cuidado con esos entusiasmos y con esas ilusiones. He sido un incauto de medalla de oro. Me la han aplicado con rigor a mí que, receloso y prudente, las más de las veces procuro hurtar el cuerpo.

 

Pero es que, oigan, todo intento lleva sus riesgos por lo que no me culpo del todo. El cartel tenía su cante y un encierro de toros Parladé siempre será una tentación tan solícita como la estupenda señora que, embutida en el ahora mítico vestido blanco incapaz de contener su pecto opulencia, paseó sus reales entre los dimes y diretes del Debate. En vez de intriga política, pedíamos a coro: háblanos del mar, marinera. Con una eficacia asombrosa, el IFE la ha lanzado al estrellato y es cuestión de minutos para verla convertida en una famosa de la tele. A partir del domingo, la Institución, además de organizar contiendas electorales, podrá incursionar sin complejos en la muy estimulante industria del tubo, los tacones altos y la pasarela.

 

Imaginando estampas de toros enmorrillados, con mucha leña en la cabeza y de colores jaboneros, sardos, negros y melocotones, llegué al Relicario con el ánimo exaltado.

 

Gracias al cielo –literal, se cayó por una granizada-  la plaza sin la lona que la cubría ha dejado de parecer un circo y lucía muy festiva. Expectante vi hacer el paseo a Uriel Moreno El Zapata, Ignacio Garibay y a Fabián Barba. Un cólico biliar me contorsionó nada más saliendo el primero. En vez de un toro “español” con toda la barba, por la arena correteaba un novillo jabonero sucio. La gente, a la que es muy fácil darle gato por liebre, lo recibió con aplausos. El resto de la corrida fue dispareja en hechuras y en comportamiento. Hubo dos toros bien presentados y uno de ellos además, fue muy bueno. Sin embargo, entre algunas cosas de valor lo que primó fue el desencanto. Chicuelinas de buena factura interpretadas por Garibay; gaoneras de igual calidad firmadas por Barba; los tres entreverando muletazos de gran envergadura con otros chafas, poco a poco, la tarde se fue muriendo.

 

Por su parte, Uriel Moreno que es muy buen torero, trajo el santo de espaldas. Primero mandó callar el pasodoble de La Macarenita, que un trompeta muy talentoso interpretaba magistralmente. Al diestro, el virtuosismo del músico le valió gorro. En un arranque de demagogia pidió a la banda que la emprendiera a trompetazos estridentes con ese dolor de huevos que se llama Que chula es Puebla. Luego, traicionándose a sí mismo y complaciente con el peladaje, partió los palos para poner el par de cortas. La faena se compaginó con las notas musicales adquiriendo un ánimo pueblerino, tanto que uno se sentía en San Librado de la Gracia. A su vez, seguramente había consigna de indultar forzosamente a un pupilo de La Joya, porque ya habían pedido que fuera perdonado el quinto, un toro bravo que acabó soso y al poco rato, llegaba lo del séptimo. Para ello, El Zapata pretendió sazonarla con harto queso.

 

El novillo que en la báscula debió andar muy ligero, salió bueno. Sin embargo, perdonarlo era una exageración. El diestro tlaxcalteca, de buenas a primeras, que lía la muleta y que se perfila a matar. Una vez efectuada la representación pertinente -no olvidemos que el toreo es un arte teatral, el público que empieza a seguir la causa del perdón- sin más, el coleta que levanta la vista al palco cuestionando si debía tirarse a matar. Por su parte, el juez, que toda la tarde estuvo acertado, inmediatamente le contestó que sí. No habiendo alternativa, tuvo que acercarse a la barrera a cambiar el ayudado por la espada de verdad, quedando a cielo abierto lo del embuste.

 

Si se mira bien, a pesar de insultos y vulgaridades, la postura del señor autoridad fue cosa de agradecer. Con toda razón, negó una oreja, un rabo y dos indultos. O sea, nos libró de una tarde apoteósica sin razón como las que se dan por todas partes. Por ejemplo, estos últimos días en Aguascalientes donde hasta los mulilleros salen a hombros, o como lo del Debate, en que cada uno de los candidatos se declara vencedor.

 

Es decir que ganaron todos, hasta la del vestido blanco.

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México