Dicen que cada quien lleva su historia marcada en el rostro. Pocos como él la tienen tan firmemente trazada. Hagamos memoria: 12 de octubre del año 2011, celebración de la Virgen de El Pilar, segunda de abono. En el cartel: Juan José Padilla, Miguel Abellán e Iván Fandiño, para matar un encierro de doña Ana Romero. Estamos en el cuarto de la tarde, al momento de banderillearlo, el toro presentaba muchas dificultades y en el último par, Juan José Padilla tuvo que replantear la acción en dos ocasiones. Incluso, pasó en falso porque el toro le comió el terreno. Por fin, logró ponerlo en suerte. Lo demás, es la secuencia de un drama intenso. La reunión fue muy comprometida, en paralelo el hombre clava los palos y sale ya sin escapatoria. Luego, la línea sutil y tremenda que en todo accidente separa la desgracia de la buena ventura: el tropiezo de un pie con el otro y la caída a merced de los pitones. Una cornada brutal en la cara que entra por la mejilla y se desvía hacia afuera por la cavidad ocular. Otra línea sutil, si la trayectoria se hubiera ido hacia a dentro, aquella noche hubieran velado al torero.

 

El hombre es un ser sucesivo. Padilla fue operado y vuelto a operar.

 

Así dio comienzo la relación de incertidumbres que terminó apenas hace unos días cuando los médicos le hicieron saber, de una vez por todas, que el nervio óptico no se recuperaría jamás y que tenían que extirparle el ojo. Con esa noticia hizo el paseo en la Plaza México, con ella y con los toros en puntas, también, con su parche en el ojo y sus habilidades sobrehumanas, con su enorme valor y su voluntad invencible.

 

Conmovidos, comprobamos lo que ya sabíamos: que Padilla la faena, más que a los toros, se la está haciendo a la vida. El toreo es un ritual cuya liturgia consiste en que el oficiante sea fiel a sí mismo a pesar de los desengaños, los golpes morales y las cornadas. De igual forma, que el actor venere lo que significan sus sueños. A veces –no siempre- esos sueños se niegan a morir, o tal vez, es que hombres como Juan José Padilla se niegan a olvidar sus sueños. En esas circunstancias la liturgia alcanza su cima y el torero se convierte en un héroe anacrónico.

 

Debido a todo lo anterior, yo no lo llamaré pirata. La única semejanza que alcanza el diestro de Jerez con un corsario es el parche en el ojo.

 

Hay otros espadas que sin parche nos caen al abordaje y nos roban despiadados. Esos son, realmente, los filibusteros. A Padilla, a partir del domingo pasado, el que firma este artículo le llamará Don Quijote.

 

Recordemos que los afanes del caballero de la Mancha fueron por imitar a los héroes literarios en que creía, Hércules, Aquiles, Héctor, Ulises y Eneas. La fortaleza, voluntad y coraje de estos personajes fueron los arquetipos para conformar al héroe de la triste figura que peleó entusiasta todas sus batallas, aún las pérdidas. Semejante al hidalgo castellano nuestro hombre en pleno siglo veintiuno, centuria infame, frívola y cargada de estulticia, con una muleta y una espada nos está haciendo volver la vista al heroísmo. Este personaje itinerante, a media visión, anda “desfaciendo entuertos”, o sea, deshaciendo los agravios que le asestó la vida.

 

Volviendo a aquella tarde infausta, mientras en la enfermería los médicos hacían un recuento de daños en el rostro del espada andaluz, en el burladero de matadores Miguel Abellán desolado lloraba como un chiquillo y a Iván Fandiño se le escapaban lágrimas furtivas. Los dos con los labios posados sobre el maderamen de la barrera miraban hacia los medios, estupefactos, desechos, sobrecogidos, es que la gente de coleta reconoce de inmediato la magnitud de una tragedia.

 

En la inmensa soledad del ruedo, más inmensa que nunca, “Marqués” ajeno a la desdicha recién ocasionada amagaba con seguir repartiendo leña. Mientras tanto, en la camilla del quirófano Don Quijote, sedado, esperaba los tiempos de reiniciar su andadura.

 

Ahora, con un parche en el ojo, su peto y espaldar más abollados y su corazón del tamaño de un capote, se disponía a realizar nuevas y extraordinarias hazañas.

 

 

 

 

 

José Antonio Luna Alarcón

Profesor Cultura y Arte Taurino

UPAEP

Puebla, México