Como no te mantengas firme, ¡adiós!, ya valiste. Hay episodios de la vida que te saltan al paso y te dejan vacío. Pierdes el control de tu existencia o de las cosas y te quedas hecho cisco durante algunas noches y varios días. Eso pasa cuando conservas vestigios de vergüenza y no se tiene la cara tan dura. Es decir, cuando eres un marginal, un espécimen raro.

Pues, resulta que asistí como jurado a un concurso de ganaderías. Olivares, De Haro, Atlanga y Doña Altagracia compitieron por llevarse el premio al mejor toro. En el cartel, Uriel Moreno El Zapata, Jerónimo, José Luis Angelino y David Aguilar, lidiaron en ese orden un novillo de cada casa. El desencanto cayó como patada en la entrepierna cuando saltó a la arena el primero de la tarde, un eral de capa castaña de Olivares. De inmediato, como un moscardón en la cabeza me daba vueltas la idea de que no se puede calificar la bravura a una edad tan precoz, ésta se afianza con los años y no es lo mismo el coraje de un niño que el de un hombre. El segundo desencanto se dio al descubrir que los toreros, o no supieron o les valió gorro poner correctamente a los cornúpetas para ir al caballo en corrida de concurso.

El segundo turno correspondió a un cárdeno -el mejor presentado del festival- del hierro de De Haro. Se comía los capotes revolviéndose como gato para seguir peleando. Al caballo se arrancó dos veces, la primera, paso a paso, es cierto, pero sin dudarlo un instante. Al recibir el puyazo metió los riñones peleando sin dar ni pedir cuartel. Un novillo bravo. A la muleta fue muy bien, aunque a fuerza de echarlo para afuera, Jerónimo le enseñó a abrirse y no le permitió lucir en el esplendor de su casta. Eso sí, toda la lidia fue en los medios y el novillo anduvo como la gente debería andar por la vida, es decir, con el morro cerrado.

Acto seguido, vino uno de Atlanga con buen estilo, pero sin emoción. Más o menos había cumplido hasta que, hacia el final de la faena, eludió ostensiblemente la batalla. Por ello, José Luis Angelino se apresuró a la barrera a por la espada y ya no le dio otra serie, sabiendo que si lo hacía el mulato voltearía banderas definitivamente. Así que, sin más, lió el trapo, montó la espada y en esas estaba cuando el morito dobló las manos y se echó dejando en claro que no andaba sobrado de casta. Después, en el arrastre, el matador Angelino metió el hombro en favor de los ganaderos de Atlanga y le sonó las palmas al eral. La gente se fue de lleno con la finta y desgranó la ovación. Es que en México los aplausos son baratos y la cascada de palmas se desparrama por cualquier cosa, incluso, por imitar al primero que lo haga.

El último, que fue de la ganadería de Doña Altagracia, ni tuvo casta, ni estilo, ni presencia, y por no dejar, no tuvo nada. Con este panorama, el que escribe y su compañero de jurado, el matador Fernando Flores, lo tenían muy claro: El premio, indudablemente, era para el novillo de De Haro. Sin embargo, las lagunas en el Reglamento Taurino de Tlaxcala respecto a una corrida de concurso, el hecho de que el novillo fuera aplaudido en el arrastre, además de encontrarnos en el pueblo donde se ubica la ganadería de Atlanga, fueron motivo para que al final con las autoridades terciadas en el asunto, se optara por la prudente resolución de darle el premio a esta ganadería.

Como en el intercambio de impresiones manifesté que me inclinaba por el novillo de los señores de Haro, que a juicio personal es lo que la patética fiesta de toros mexicana pide a gritos, como también dije que sería yo coherente con mi condición de articulista, por lo que iba a dejar en claro mi punto de vista por escrito y finalmente, como lo de este premio, se convirtió para mí, en una piedra en los cojones, aquí estoy, poniéndolo en blanco y negro. Un concurso de ganaderías no lo puede ganar un novillo que renuncia a seguir acometiendo  y que además, remarca su falta de casta echándose humildemente ante su matador.

En pocas palabras, ese no es el tipo de toro que quiero. Debí luchar más enfáticamente a favor de la justicia y escribirlo ahora, no lava mi conciencia. He visto demasiadas veces cómo lo noble y lo legítimo termina en las manos indebidas. Caí de cabeza en el disparate. ¿Saben qué?, lo que me duele es que me porté como el Tancredo, no me moví y luego, me indigné pasado el toro.

 

José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México