La paliza fue de órdago como ya la habrán visto todos ustedes. Los de la tele, con esa finura que los caracteriza, jamás nos pasarán una gran faena, una de esas que ennoblecen el arte de torear, en particular, y el quehacer el humano, en general. Pero, una cornada espantosa la repiten hasta el cansancio.  La corrida que se suspendió porque los tres matadores fueron enviados a la enfermería, ha marcado un hito en la historia del toreo. No por el hecho anecdótico -situaciones como esa, se han dado varias veces en el relato de la tauromaquia- sino por la enorme cantidad de comentarios imbéciles que se han desatado por todas partes, principalmente en las redes sociales, celebrando el hecho de que los tres espadas hayan salido heridos. El fanatismo y la bestialidad mezclada. Hay de todo, desde las ocurrencias más soeces, hasta las propuestas mentecatas como la que solicita las orejas de los toreros para los toros.

No somos más estúpidos porque no podemos. Cuando parece que algún ser humano ha alcanzado el punto máximo de pendejez, llega otro de inmediato y le arrebata la corona para ponérsela él mismo, y así, cada vez, nos despeñamos más hondo. El punto de hoy es que hay quien se alegra de la desgracia ajena y clama porque la cosa hubiera sido aún más grave. Lobo es el hombre para el hombre, dijo Plauto. Como quiera que se vea, estamos ante la tragedia de un ser humano y lo correcto sería -en lo antitaurino o no- condolerse por el sufrimiento de un congénere, ya manifestando un deseo de pronta recuperación, o por lo menos, guardando un silencio respetuoso. Para eso, es necesario advertir conceptos como dignidad ontológica y persona. Alegrarse del sufrimiento no se justifica por el hecho de que los toreros maten a los toros ni porque elijen una profesión que conlleva un riesgo de muerte. Un corredor de motocicletas compite por gusto y que a los veinte años se deje la columna vertebral como marimba no da motivo alguno para alegrarse. Alguien que por su gusto sale de vacaciones y en la autopista se rompe los cuernos, tampoco es razón para no condolerse sólo por el hecho de que viajó por su propia voluntad. Las redes sociales dan pie para que muchos pobres diablos levanten la voz desde la protección que brinda el hacerlo a distancia y no en persona. Lo multitudinario, del mismo modo, sirve para eso.

No me interesa convencer a nadie. Sin embargo, dejo en claro que en la plaza entendí gráficamente conceptos como entrega, dignidad, coraje, valor y miedo. También, que las tardes de toros me acercan al lindero enigmático y conmovedor en el que se dirime la secuencia de la vida y la muerte. Acepto que de vez en cuando, deban caer los toreros porque ello forma parte de las reglas del juego, pero las dramáticas ocasiones en que eso sucede, me invade una gran desazón. Lamento profundamente lo que le ha pasado a Antonio Nazaré, a Jiménez Fortes  y en especial a David Mora. Lo de este último no se dio por una desmedida ambición de fama, ni por un error en sí, que provocara el accidente, sino que fue debido a la más auténtica y pundonorosa vergüenza torera. La tremenda cornada se la han pegado obedeciendo a razones que siempre serán un misterio. Él, sin una razón sensata, se fue a poner ahí, al comienzo de la corrida con su traje impecablemente limpio brillando al sol, su juventud espléndida y su plenitud corporal intacta. Nos preguntamos para qué, y no sabemos qué contestar, pero admitimos a ley la decisión de atravesar el ruedo e irse a hincar  frente a la puerta de toriles a recibir al primero del Ventorrillo. En eso consiste la parte más noble de nuestra admiración por los toreros, en que cualquiera de nosotros concedería: Yo también me la hubiera jugado a todo o nada, yo también, como él, habría puesto los dos cojones y la cara de hombre. Aunque la verdad, lo sabemos más que bien, jamás nos atreveríamos. Por eso, nos duelen las cornadas. Cuando le pegan un cate a un torero, a nosotros nos lo están pegando en el sentimiento. Claro, no es lo mismo, ya lo sé. En reconocerlo estriba la diferencia cósmica que los separa a ellos del resto de los mortales.

 

 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México