Lo lamento, pero no me la trago. Es una pena echarles a perder la celebración, pero me niego rotundamente a sumarme a ese júbilo taurino popular, que se nos ha venido encima por la corrida de los 6 bobos 6 de don Fernando de la Mora. Ya pueden escribir loas los críticos pagados, y los taurinos de a peso pueden echar cohetes por el renacimiento de la Fiesta –ha habido quien comentó, dos corridas más así y se vuelve a llenar la Plaza México- se refería al aforo completo, porque ahora se canta misa cuando se llenan los numerados. Es decir, que en la crisis de la verdad que vivimos, aunque falten de ocuparse diez mil lugares, se pregona una gran entrada. A su vez, ya pueden felicitarse los protagonistas por haberla bordado, pero no me la trago. Entre otras cosas, porque eso no fue toreo ni de coña.

Entonces, ¿qué fue?. Fueron tres faenas muy bonitas -lo bonito sin pozo es amigo de lo intrascendente- pero para que fuera toreo de verdad, lo que se dice toreo, faltó lo más importante, o sea, que hubiera toros bravos.

-Es que los toros fueron nobles. Me dice un estudiante aficionado.

-Más que un marqués. Contesté.

-Es que tuvieron un gran estilo.

-Como carretillas. Respondí.

Sin embargo, no tuvieron una gota de bravura. Ninguno. Para empezar no parecían toros, sino novillos. Luego, como armamento, cada uno llevaba un par de plátanos dominicos. Fueron conmovedores, pero sin fondo. Perdónenme, un verdadero toro bravo cuando derriba a un banderillero, lo cose a cornadas y no lo salta precavidamente, como fue el caso del cornúpeta criado por don Fernando.

Uno entiende que a un pueblo al que siempre le tocan las de perder, esté ávido de celebrar algo. Es comprensible a falta de cosas mejores. Por ello, los que viven de la burrada ajena y del despropósito cotidiano, necesitan argumentos para convertirnos en masa y mejorar los resultados de venta. Y así, se cantan loas a faenas sin toros bravos, se inventa lo del “Buen fin” y de manera truculenta se mueven las piezas para que un equipillo mediocre clasifique a un campeonato mundial. Ahí hay de otra tela, aunque a final de cuentas es más de lo mismo. La gente en vez de darle la espalda, se sienta frente al televisor a ver como esa patada en los huevos que se llama Selección Mexicana de Futbol, pasa este repechaje y si no, a inventarle otro, no importa que sea contra la selección de una escuela primaria.

En la tauromaquia, se diría que a la afición ya no le importa lo de la bravura. Es más, hay ganaderos que mandan al carnicero lo que en la tienta les sale bravo, porque si enrazan la ganadería, después, ¿quién les compra sus toros?. Joselito Adame, que es un gran torero, hizo muy bien lo que tenía que hacer y no se nos olvida su gesta española. Al Juli, que es un gran maestro en España y en América se transforma en un pillo de siete suelas, le salió el chirrión por el palito, pues lo que escogió no fue lo bueno. El Payo insiste con el pico de la muleta. Todos muy bien y en su papel, menos los toros.

Se acerca el día en que el primer bailarín del Ballet Bolshói haga el toreo, porque a su muleta, el toro embestirá sin peligro, armónica y despaciosamente. Con los “fouettes” “asambles” y “arabesques” propios de la danza se verá muy estético. Lo gozaremos conmovidos hasta las lágrimas, pero ya no será toreo. Todo eso lo entiendo, porque las cosas mudan de aires. Lo que no me cabe en la cabeza es la memez colectiva. O tal vez, sí.  Es que la estupidez general abunda y los chacales que saben de esto, ven una gran oportunidad de negocio.

 

 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP

 

Puebla, México