Cuando yo era niño veía a los toreros como hombres extraordinarios, acometiendo hechos extraordinarios. Luego, crecí y supe lo que sucede en los despachos de las empresas, en los corrales de las plazas a la hora de enlotar los toros, en el patio de cuadrillas cuando se lleva a cabo el sorteo y otras cosas qué apestan más a fullería de villano que a virtudes de héroe. Después, he visto a trúhanes trepados encima de los cajones cargados sobre un transporte, afanándose con una segueta y un limatón para despuntar los pitones y de paso, ponerle en la madre a la verdad del toreo. Con el transcurrir de los años, entendí que la condición humana no perdona ni siquiera a los superhombres vestidos de luces y cada día más, los empecé a ver como seres ordinarios haciendo cosas ordinarias. Es decir que conocí el lado oscuro de mis semidioses y poco a poco, acepté lo de que el diestro es un operario y el toreo, un negocio.

Por otra parte, anunciarse como matador de toros y torear un novillito de cornamenta aserruchada es algo muy ordinario. Sé muy bien que aquí cabe la gloriosa y contestataria postulación morantesca del “baja tú”. Sin embargo, aunque fuera dirigido a mí no me doy por aludido, porque yo no soy torero y por tanto, no tengo la obligación de ser extremadamente valiente, ni de tener el oficio para tomar la muleta e irme a la cara del toro. También, porque he aprendido que un ser humano que posea una afición marcada, es capaz de sobreponerse al peligro según las condiciones que el destino le va presentando.

Es cierto, el que firma este artículo jamás entraría al ruedo con un toro campando en él, pero tampoco se subiría al canasto de la grúa para  solucionar problemas en los cables eléctricos de alta tensión; mucho menos, se arriesgaría a ser periodista de la fuente política en México y por nada, se jugaría el pellejo a diario siendo taxista en el Distrito Federal. Como ven, al toreo actual lo pongo a nivel de lo ordinario comparándolo con trabajos riesgosos en los que el ejecutante no lleva un hálito de ídolo. Eso pienso hasta que algún coleta hilvanando verdades me devuelve al lugar de los ensueños.

Diego Urdiales fue el primero en reintegrar la cosa a la altura de la que nunca debería caerse, lidió con enorme torería y fue bordando pases de gran pureza. Por su parte, Manuel Escribano con dos cojones y una sonrisa que no le borran ni los pitones rozándole la garganta, la llevó más alto. Los dos espadas gestaron sus obras de arte sobre los renglones de la lidia épica.

A su vez, Castella sólo estuvo allí y con el peso justo y las cornamentas como para adornar cantinas salieron “los adolfos”, uno a uno, fueron apareciendo por la puerta de toriles. La vida hace piruetas y si los “ibanes” no fueron como “Bastonito”, si los Partido de Resina embistieron con la fiereza de un mulo y los de Cuadri se quedaron cortos –todos ellos preferibles a los bobos de siempre- los toros de don Adolfo Martín a pesar de sus complicaciones, desparramaron emoción en cada embroque y nos recordaron que Madrid es Madrid, salvándonos con ello del terrible riesgo que ya veíamos como un hecho, el de que se mexicanice la Feria de San Isidro.

Estamos en el último toro de la tarde. Escribano banderillea y arranca para ganarle la cara al toro que acomete con mayor velocidad que la del torero, en el encuentro casi se lo lleva y con los filos le roza los alamares. El coleta, apuradísimo, casi naufragando  al filo de la tragedia, logra llegar al puerto que es el burladero. Respira hondo y esa es la pauta, a partir de lo que sigue, el toreo retoma su lugar divino. El diestro de Gerena pide palos y vuelve al ruedo para poner un par de gladiolos magistral enseñando los tirantes.

El último tercio Escribano lo signó con dos tandas de naturales. La primera de enorme entereza dada a un verdadero toro y de escaso recorrido. A continuación, se creció aún más pegando nueva tanda, ahora citando de frente y con los pies juntos dándole una valía superior. Con ello, alcanzó el cielo y nos ha llevado junto con él. Lo demás es cosa simple: el planeta retomó su órbita y nosotros reconocimos conmovidos: El héroe ha vuelto a ser héroe y el toreo, el arte más hermoso y profundo del mundo.

 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México