Informa desde México. José Antonio Luna Alarcón. Profesor Cultura y Arte Taurino. UPAEP

Y que llega Calita. Cuando estábamos dormitando la mala siesta de una temporada sosa y rutinaria, indigesta de lo mismo y sin la menor esperanza de que rompiera a bueno, después de que domingo a domingo los cabales nos la hemos zampado de cabo a rabo, inesperadamente fuimos testigos del renacimiento de un torero… y del toreo. El pelo negro, lacio, el rostro alargado, cuerpo enjuto, Ernesto Javier El Calita cuando torea, le da un aire al maestro Curro Díaz y esa es una gran referencia, porque el toreo del mexicano también tiene un deje de finura andaluza –la lleva en la sangre- que asienta en tres conceptos fundamentales: la inmovilidad, el mando y la profundidad. Además, siempre está colocado en donde debe estar.
El domingo pasado, nos sorprendió a todos, no lo esperábamos. El percal lo manejó con soltura, alargando los lances a pies juntos con gran belleza y buena técnica. Con la franela se embraguetó, cargó la suerte asentando los talones en la arena, hundido en los riñones trazó el buen toreo, largo y templado.
Estuvo impecable, sin embargo, la cátedra magistral la dictó a la hora de entender que el toro no tenía más pases en redondo y decidió doblarse tocando a pitón contrario. Pasó al estrado tomó la palabra y dijo: Oigan, el casi extinguido pase llamado doblón se ejecuta con potestad, precisión y gran belleza; se debe conseguir un castigo verdadero, que el toro resabiado entienda quien manda y a la vez, hay que ejecutarlo con señorío y belleza. En la manera de realizarlos lo demostró a carta cabal.
Hay quien afirma que ya no gusta ese tipo de toreo, que está pasado de moda y que los públicos no lo aprecian, pero no es cierto, de ningún modo. No gusta, porque los matadores ya no saben ejecutarlo, se doblan con tibieza, dubitativos, simulando, casi pidiéndole permiso al toro y sin ponerse nunca en la línea de batalla, pero Calita probó que el toreo de poder a poder hecho como Dios manda, nos encanta.
Nueve años pasaron sin que hiciera el paseo en Insurgentes, así que ya se pueden imaginar al apoderado y al resto del equipo: ¡Calita, a por todas! A hombros o con los pies por delante, es decir, triunfo o camilla oliendo a yodo. El torero lo entendió a la perfección, aunque nos recetó una larga cambiada cobijado en tablas, enmendó su propuesta y de inmediato se olvidó del relumbrón, se lo tomó reposado y toreó sin romper consigo mismo y apostando por la ortodoxia. Su virtud fue haberse recreado con lo bueno y con lo malo que tuvieron sus toros, dos de Rancho Seco y uno de regalo de Monte Caldera. Si los merengues lo traían o no, importaba poco, Ernesto Javier puso ritmo y belleza, sumó toreó clásico y agregó sentimiento.
Al mismo tiempo, Calita también dictó cátedra de vida con su actitud y sus aptitudes. Toreando sinceramente nos dijo que no hay de otra, que si vas a un compromiso trascendental, más vale que te prepares a tope y ya en el foro, que acometas con todo el coraje. Sus compañeros de cartel no aprovecharon en plenitud, la vida es dura y el toreo más. Fabián Barba quiso, pero la buena suerte no estuvo de su parte. Hay que agradecerle el pundonor de quedarse de rodillas con la sentencia marcada en la frente. La cornada se la pegaron los que en el cuarto de la tarde, injustamente, le gritaron ¡toro!. Diego Sánchez tuvo voluntad, pero tampoco pudo, para qué más.
El Calita nos trae la esperanza de ver toreo del valioso, que se puede hacer la lidia comprometida sin chanclazos, suertes de rodillas y actuación farolera del gusto de la galería, cosas que al final, nunca trascienden; que también hay que torear para los aficionados que no son cómplices de vulgaridades y limitaciones. La cualidad de este torero se llama pureza y clase, ojalá, no cambie.