El título corresponde a una obra del teatro contemporáneo firmada por Alejandro Jodorowsky, en la que en versión cotidiana se muestra el ruin escenario en que nos hemos instalado con tanta naturalidad. La representa un elenco de cinco actores más un personaje que se elige entre el público. Ellos desempeñan sus roles desde la perspectiva de cada individuo y su subjetividad, sometidos a todos esos factores que conforman nuestra condición humana.

Pero déjenme que la obra se las ponga a mi modo. Es decir, adecuada al putimundo taurino. Es irónico y doloroso que en el toreo sea donde haya menos vergüenza torera. Aquí, jugamos todos aquellos a los que nos atrae ese círculo concéntrico que se llama ruedo. Jugamos desde nuestro lugar y encarnamos el papel que dentro de la tauromaquia nos ha tocado representar. Vamos allá. El empresario poniendo a correr a la ardilla dentro de su cabecita pecadora, aprovecha la premisa de que un juego nos lleva a conocer la realidad, pero se puede dar desde un mundo ficticio, es decir, que mientras contenga los elementos representativos, estos pueden ser, o no, verdaderos, así, juega a que monta una corrida de toros. Entonces, el apoderado entra en escena y travesea fingiendo que firma corridas de toros. Llega la tarde y a la sazón, el espada juega a que es matador de toros y actúa como si fuera a exponer el pellejo ante la de Miura en Pamplona. La peonería, por su lado, corretea con la ilusión de estar picando y banderilleando morlacos de cinco años. Salvo las honrosas excepciones que son Marco Antonio González, Antonio de Haro, Sabino Llano, Gabriel Lecumberri -su reputación impecable me obliga a nombrarlos- y algún otro, los ganaderos se encajan un puro en los labios, se tocan con un gorro texano y juegan a que son criadores de toros. El público, por su parte, corea oles y pide música y canta loas. Algunos, metidos en el rol de seriedad que exige nuestro juego, emiten juicios doctos y predicciones que se cumplen cabales y en ocasiones, hasta reconocen que en la arena, lo que hay es una sardina. En esa parte, el juego les permite el grito de la palabra “fraude” y manotean y silban y se desencajan, pero como es un juego, las armas son de goma. El que esto firma, también juega. A mí, me toca narrar por radio la corrida y hago como si fuera de toros y si bien, menciono que no es un toro, sigo con la transmisión, porque no se vale decir “ya no juego”. Todos participamos muy conformes, aunque en realidad sepamos que lo que se está lidiando y matando son becerros y sólo en algunos casos de arriesgado tremendismo bárbaro, puede que sean novillos.

Los jugadores tenemos la certeza de que el toreo nacional es horrible, pero también sabemos que sin él, la vida sería aún más horrible. Por ello seguimos jugando a pesar de que abandonemos la plaza blasfemando en arameo. También, existe una característica que compartimos veladamente: los jugadores estamos conscientes de que es mentira. Aun así, jugamos con el empeño de un niño y ya se sabe, no hay nada más verdadero que el juego de un niño.

La obra de teatro de Jodorowsky concluye que la solución somos nosotros mismos. En nuestra analogía, podríamos decir que le echamos la culpa a los otros, sin darnos cuenta que como espectadores, formamos parte de la mediocridad que baña la Fiesta y que en eso de exigir nuestros derechos no poseemos ni conocimientos ni mucho menos, casta. Si no, díganlo ustedes, como aficionados siempre hemos tenido la gracia taurina de poder visitar los corrales para ver el encierro antes de comprar los boletos. Si es el caso de que no fueran toros, aunque nos doliera en el alma, deberíamos de abstenernos. Y si no nos dejaran entrar a enterarnos de las condiciones de los merengues, nos queda la sagrada prebenda de armar una bronca apocalíptica. A su vez, si los ayuntamientos no vetan a los que cometen fraude, deberíamos hacerlo nosotros no comprando el boleto y mandar por las cocas a toreros de simulación consuetudinaria como lo son El Payo y El Cejas, que se destacan de un resto que no canta mal las rancheras. Por supuesto, en el veto planteado hay que incluir a empresas como la de Huamantla que se llevó al baile hasta al señor cura.

Hay combates fieros que se libran y se ganan en silencio. Por respeto a nosotros mismos y a nuestra dignidad como personas debemos cambiar cuanto antes. Con el fin de que esta vuelva a campar en el ruedo y de detener tanta ruindad infame, resultaría muy pertinente echarle coraje y cambiar nuestro proceder en el juego. Cosa que podría inspirarse en las últimas palabras de la obra de teatro: “¡Asume tu responsabilidad!. Alguien tiene que comenzar, desde hoy, ahora mismo, y ese alguien voy a ser yo”. 

 

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México