El mérito es de él. Si no hubiera sido por su magnificencia y por su calidez humana, los otros jamás habrían triunfado. No estaba el horno para bollos ni la magdalena para tafetanes, sin embargo, no lo pensó dos veces y les dejó lucirse. Con lo que a él le cuesta, ya no quieran cortar una oreja, sino un saludo en el tercio y de la vuelta al ruedo, ni hablamos porque la afición moderna no la tolera si no se va mostrando por lo menos un premio en la mano.

Torero valiente, en la primera corrida que participó en este ciclo isidril le dieron una cornada entre los dedos pulgar e índice. En la segunda, o sea, esta, el morito le arrimó un leñazo poniéndolo guapo de la nariz y la boca. Él, Javier Castaño es de los que sale a jugársela en serio, de los que se la parten a rajatabla y se apuntan a matar las corridas duras. En los tiempos modernos, la cultura “light” ha llegado hasta al toreo y por ello, existen dos clasificaciones: La de los toreros que se la tienen que ver con toros pesados y cornalones, además de astutos y vibrantes, de esos que no paran y que no regalan ni medio pase, y la de los otros, la de los diestros que torean los suavotes para emocionar a los cándidos, esos que no es necesario lidiarlos y desde el primer muletazo pasan como si estuvieran amaestrados.

La anécdota causa admiración y respeto, se las cuento. Merece la pena. La cuadrilla del matador Javier Castaño, está más puesta que un calcetín. Todos, incluido el maestro, cumplen su cometido a la perfección y le han devuelto la belleza a la lidia en todos los tercios. Estamos en la vigésima cuarta corrida de la Feria de San Isidro, Castaño recibe al toro de los herederos de don Celestino Cuadri y se faja a verónicas. Luego, lo lleva al caballo y allí entra en escena el picador Tito Sandoval que intenta picar de largo. Como el merengue no se presta, el varilarguero dicta una cátedra magistral de toreo a caballo y pega dos puyazos con una pureza de estilo digna de Beethoven. Pero el aplauso de los que saben no se lo gana por eso, sino por aguantar sin picar cuando no debía, es decir, cuando el toro enhilado a tablas se le arrancó para recargar con fuerza. Acto seguido, la peonería da una demostración del arte de poner banderillas a un toro del encaste famoso por aprender rápido y no dejarse adornar el morrillo. Clavando en todo lo alto y enseñando los tirantes David Adalid, predica sobre lo que es la verdad del toreo. Como se cayó una banderilla, con fehacientes “¡dadme otras!, ¡dadme otras!” exige al mozo de jaras que le habilite de nueva cuenta. Gladiolos que por supuesto fue a clavar en todo lo alto. Por su parte, Fernando Sánchez Martín echando a andar con firmeza y gracia chulesca, se acerca a los terrenos prohibidos. Ahí, toro y banderillero arrancan a un tiempo, gana la cara el peón y se va a la gloria dejando los rehiletes como si siempre hubieran estado allí. Para poner al cornúpeta en suerte, Marcó Galán se esmera enganchando adelante y llevándolo despacito, dando a la lidia la categoría que se le debe. Los espectadores los llaman a saludar en el tercio y luego, como Madrid es Madrid, con una ovación cerrada  los invitan a dar una vuelta al ruedo, siendo la primera cuadrilla de la historia que lo hace. Después, Castaño se sublimó entregándose en carne viva y en cada muletazo puso el alma.

Esa fue la corrida del pundonor y también, la del rescate de la lidia en todos los tercios. La tarde se la llevaron Javier Castaño y cada integrante de su cuadrilla. La historia está hecha de gestas heroicas, de gente que comparte la factura y que se ofrenda por lo que cree y por lo que ama. Pero el mérito verdadero hay que dárselo al hombre que no dijo “a taparse que yo soy el maestro”. Por eso me gusta esta tradición de gloria, porque en la verdad de los toros, está en parte la verdad de la existencia. El generoso consentimiento, la seguridad en sí mismo, la convicción de que el toreo es un espectáculo íntegro y su lealtad a los propios principios y a las personas que le sirven y aprecia, les permitió ponerse la aureola. De eso trata la vida, de generosidades que se van correspondiendo al paso.

 

 

José Antonio Luna Alarcón
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México