La foto que ilustra el reportaje es muy buena. En primer plano aparece el pintor colombiano Fernando Botero y de fondo, un cuadro de su autoría que muestra a un caballo tordo de pica. Como la figura es grande, el pintor simula que está sujetando de las riendas a la buena bestia. Una composición que engaña a la vista en la que un hombre de más de ochenta años y un jaco regordete pintado por ese hombre, han sido captados para perpetuar el recuerdo de una obra neo renacentista contemporánea, porque la fotografía sirvió para la presentación del libro Bullfight: Paintings and Works on Paper, en la que el gran artista nacido en Medellín, publica una recopilación de ciento cuarenta óleos y treinta y cinco dibujos, todos de tema taurino, bajo la consigna de su pasión y apego a una fiesta que ha plasmado desde todos sus ángulos y en sus escenas más luminosas. Su gusto por pincelar  la cuestión  de los pitones y los alamares, ha perdurado en su corazón por más de sesenta años, obra que, ahora, se ha reunido en ese tomo de gran formato.

Un libro –aún más si el tema es de toros, digo yo- es un ser vivo, que tiene su personalidad, su fuerza y su latido en hojas de papel que esperan la llegada del lector o, en este caso, del observador, que lo recorra y despierte todo el cúmulo de sensaciones y memorias plasmadas en sus páginas.

Durante la presentación de la obra que se llevó a cabo en la Sociedad de las Américas, con sede en Nueva York, el maestro dijo: “Mi amor puro por los toros fue lo que me llevó a pintarlos”. Es ese amor puro el que nos induce a querer entrañablemente al toreo, a venerar a algunos toreros y –aunque parezca incongruente- a amar apasionadamente a los toros bravos. Por el amor puro, no renunciaremos jamás a emocionarnos ante un animal tan bello que obsesionado persigue un trapo rojo. Por ese amor, también, vamos a las corridas a ser nosotros mismos del modo más intenso.

La de Botero es la historia de un gran pintor contemporáneo que de joven ató el lío, se lo echó a la espalda y se fue a recorrer la legua buscando la oportunidad de dar tres muletazos. Luego, cambió las espadas por los pinceles y las muletas por los lienzos. El fundador del movimiento pictórico llamado Boterismo, declara que: “Los toros hacen la vida fácil al pintor porque es una actividad que ya de por sí tiene mucho color. El traje de luces del matador, la arena, la barrera, el público. Es un tema maravilloso, le da poesía a la pintura”. Es cierto, porque la corrida con sus luces y sus sombras, su colorido y su negra seriedad, su drama y su alegría, ponen en movimiento la imaginación y en las tardes mágicas, confundimos los pases con los versos. Es esa intertextualidad la que a Botero le permite hablar de poesía en la pintura. Si lo de su amor puro por los toros fue lo que lo inspiró para pintarlos, ahora, con este libro enriquece nuestro entorno.  Si un arte lleva a otro arte, al punto viene una frase más, esta de Andrés Henestrosa, que escribió: “Yo soy los libros que he leído. El libro fue para mí lo que el molde al barro: me dio forma”. Así es, los libros nos modelan y somos lo que, para bien o para mal, gracias a ellos hemos llegado a ser. Mi botiquín de emergencias contiene varios tochos que leo recurrentemente como un analgésico cuando la vida dice no. En busca de la mejor forma, este libro del pintor colombiano ayudará mucho.

En este país, en el que cada día puede conmemorarse el aniversario de alguna atrocidad, tierra apestada por delincuentes y políticos, por corruptos y asesinos, en el que no se puede leer un portal de noticias sin que a uno le den arcadas y le quede por dentro una tristeza metida hasta los huesos, el que el talento brillante de un ser humano se haya concentrado en un libro, más si en sus páginas encierra la luminosidad, el colorido, la volumetría y la fuerza de Botero, conjugada con las características semejantes de la corrida de toros, es una noticia que encierra un amable encanto. Tan dulce como esta tarde que pasa tras la ventana y se adormece con los últimos rayos de sol repletos de trinos, que se han de callar en cuanto aparezca la estrella de Venus en el horizonte. Los que no callarán, a pesar de cosas tan bellas como este libro, son los ecos que suenan tan lejos y tan cerca, los gritos de dolor de una vieja y pobre patria: ¡Vivos los queremos!, ¡vivos los queremos!…

 

 
 
ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México