Ustedes perdonen, pero en la faena de Morante no veo la gran hazaña que ponderan con tan fervoroso arrebato. Soy un aguafiestas y además, estoy de luto. No celebró la obra del andaluz  realizada el domingo pasado en la Plaza México. Hacerlo, sería congratularme por la desaparición de la bravura  y eso, por supuesto, que no lo voy a hacer.

Sí, sí, las chicuelinas fueron preciosas en cuanto a la ejecución morantesca, pero el de la ganadería de Teófilo Gómez  pasaba soseando y con un trotecito cansino incapaz de producir la más mínima emoción, por si fuera poco, salía con la cabeza arriba y mirando para todos lados. La media verónica coreada con tanto ardor y que se coló hasta la entraña más íntima de las masas, tuvo el tremendo contrapeso de que el toro con facha de novillito se iba cayendo y al final del embroque, por fin, perdió las débiles manos. Además, desde el primer tercio, el cuadrúpedo se estaba ahogando por la tremenda fatiga que lo agobiaba.

En cuanto a las poses de Morante, la faena de muleta fue muy bonita, pero el teofilito no valía un cacahuate y gracias a un raquitismo desesperante, terminaba las series como peregrino cumpliendo manda, de rodillas. Desde mi posición de aguafiestas observé indignado como la verdadera esencia del toreo era apaleada igual que un cazador se ensaña con una foca. Pero, bueno, el tendido es una democracia y cada quien tiene derecho a opinar lo que quiera. Debido a esa sagrada facultad, desde el graderío de sol, “el Profe” se atrevió a gritar lo de “¡very good, ganadero!”. ¿What!, pensé sorprendido para mis adentros. A contracorriente, uno menos despistado o tal vez, sin los compromisos del docente, replicó: “¡very good, Morante!”. Porque notaba que el de la Puebla estaba haciendo las cosas muy bonitas, como las hace un bailarín del ballet Bolshoi, o sea, para que me entiendan, el mansurrón con cuernos que repetía a traspiés, estaba de más. Por mi parte, a los dos gritones les deseo que “enjoy the party” y que sigan creyendo en lo de los duendes, las musas y los tarros de las esencias.

En lo que antes era la vara de detener y hoy se conoce como la vara de rasguñar, los teofilitos apenas cumplieron. Asimismo, acometieron con el morro y olisqueando capotes y muletas, en vez de quererlos hacer trizas. Lo tremendamente dramático para la tauromaquia, fue cuando uno de ellos enganchó al Payo en una pierna y de inmediato, el animalito como si estuviera consternado, retiró el cuerno para no lastimar al matador. De seguir así, en muy poco tiempo podremos ir a algunas ganaderías en las que torear será una actividad relativamente segura y muy divertida, como lo es montar a caballo.

Una vez más, Octavio García El Payo se fue en banda dando más paladas a lo de Tauromagia. Respecto al cuarto Armillita, sin otra propuesta que vernos la oreja, aún le quedan dos oportunidades. Eso de las dinastías es una tradición nacional que López Velarde no incluyó en el poema, se imaginan: dinastías de toreros, suave patria, que nos escrituró el diablo.

Con un desarme no pitado, porque en México no tomamos en cuenta esos defectos, gracias a que creemos que no nos merecemos una faena limpia, y por una estocada tendida y caída, el juez Jorge Ramos otorgó dos orejas. ¡Y cátate!, que eso no es lo peor, al noble, soso y distraído inválido llamado “Debutante” le recetó un arrastre lento. Circunstancias como estás me tienen resuelto. El próximo domingo seguiré al juez de turno. Lo haré religiosamente, entraré al mismo restaurante y ordenaré un menú similar, sospecho que será algo así como sopa de hongos vaciladores y mole de verdolaga sagrada, incluso, si al final, en vez de un ocote se fuma un porro tamaño taco placero, haré lo mismo. Ahora sí, me redimo, adiós amarguras y colitis. Voy a disfrutar intensamente todas las alucinaciones que vive un juez de la Plaza México gozando las delicias que imaginan sobre la arena.

¡Aleluya!, hemos inventado el toreo sin bravura. No más dolorosos e inoportunos tabacos. A partir de este momento a los potreros donde pasta el ganado de lidia, lo llamaremos el campo bobo. Vencieron los que sistemáticamente han apuñalado a la emoción y a la movilidad. ¡Del ruedo al palacio de Bellas Artes!. En serio, las campanas más que en repique por la faena cumbre de Morante, deberían estar doblando a difuntos.


 

 

José Antonio Luna Alarcón

ProfesorCultura y Arte Taurino
UPAEP
Puebla, México